Los ritos de pasaje: nacimiento, pubertad, matrimonio y muerte
En todas las sociedades, las más antiguas y las recientes, existen los ritos de pasaje, acontecimientos de suprema importancia para la comunidad. Siendo como son, tan diferentes entre sí, tienen profunda similitud que suele no advertirse y que es para muchos sorprendente. Comparten, en proporciones diferentes, la mezcla de alegría con sufrimiento o temor. Cuando una pareja de hombre y mujer, juntan sus vidas, esos dos simbólicamente son siempre tres, contando al niño que puede venir y que es deseado o no deseado, pero que está siempre como una posibilidad, lo que implica contentamiento o rechazo. Aun deseando, esperado con alegría, hay un miedo por los rigores del parto, por si nacerá bien, por la incertidumbre de la crianza.
Sucede algo parecido con la pubertad, que ocurre hacia los doce años, pero que las sociedades occidentales celebran un poco más tarde en las llamadas fiestas de los quince años. Parece felicidad ese acontecimiento, hay muchas risas y abrazos, pero no todos están con buen ánimo. En muchos casos los padres tienen un balance negativo: una hija que se va haciendo mujer, un hijo que va a la mayoría de edad y ambos, muy probablemente, en algún momento saldrán de la casa paterna y nada será igual, vendrán de visita y los mayores de la casa sabrán cada vez menos de ellos.
El matrimonio es un asunto complicado, implica un profundo cambio en los contrayentes, cambiar de casa casi siempre, a veces de ciudad, iniciar algo nuevo que no sabemos cómo será. Una vez más, los que se juntan están alegres, si no fuera así no lo harían, pero los padres, familiares y amigos, tienen una interrogante sobre lo que vendrá. Es tan fuerte el matrimonio que puede provocar arrepentimientos súbitos. Conocidas son las nupcias que no llegan a realizarse a la hora undécima y provocan perplejidad y tristeza en todos los allegados.
La especie humana es, entre todas, la que tiene conciencia de la muerte y a pesar de los muchos contratiempos en la vida en este valle de lágrimas, como dice una oración, desarrolla un apego a la vida muy fuerte. “Vivir, aunque sea de barriga” escribió Vallejo. Pero la muerte está ahí, y llega cuando quiere. El que fallece nada siente. Ya no está, “ya fue” como decimos los peruanos, se ha convertido en “el malogrado Alejandro Villanueva”, por ejemplo. Los que sufren son los que se quedan y tienen que resolver asuntos de inmediato, féretro, velorio, cementerio y parece que el tiempo del duelo no acabará nunca, pero sí termina y de pronto hay un alivio, la certidumbre, de que nuestro familiar o amigo, cumplió con la vida y se ha convertido en un lar o penate que en nuestra imaginación cuida de nosotros.
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