Los silencios de Beatriz Merino
Qué miseria de país el que tenemos, rindiéndose de manera canalla ante un régimen -tan corrompido y corrompedor- como el que preside un neófito que, encima, funge de profesor de primaria. Profesor que fue contratado por el Estado, pese a plagiar su tesis “doctoral” validada por una universidad cuyo propietario, César Acuña, es un próspero ciudadano, dedicado a educar “a su manera” a miles de peruanos que confían en sus centros de estudio. Acuña también hace las veces de presidente de un partido político. Una agrupación denominada Alianza para el Progreso (dicho sea de paso, epígrafe plagiado de aquel movimiento regional que impulsara el presidente John F. Kennedy en la década de los años) que, descaradamente, respalda al régimen comunista de Pedro Castillo a través del voto de sus representantes ante el poder Legislativo, disfrazados de opositores; siendo aún más oficialistas que los súbditos de Vladimir Cerrón.
Pero si indigna la conducta del dueño de la multimillonaria cadena de “universidades”, con mucha mayor razón solivianta la desfachatada postura de quien hace las veces de presidenta ejecutiva de aquel consorcio educativo. Nos referimos a Beatriz Merino, ex senadora de la República, ex primera ministra, ex alumna de Harvard University, ex congresista, ex jefa de Sunat, ex Defensora del Pueblo, ex presidenta de la Asociación de AFP. Podríamos seguir enumerando los títulos que ostenta esta indudablemente valiosa ciudadana. Pero semejante curriculum vitae sucumbe ante la conducta que ha observado –y aún observa- Merino Lucero, ante al plagio palmariamente cierto en que incurrió Pedro Castillo, el peor presidente de la historia peruana. Un tipejo prepotente, rodeado por la más ínfima estofa, pleno de incidentes directamente relacionados a la corrupción, y decidido a destruir el Estado peruano para transformarlo luego en copia y calco de Cuba, Venezuela o Nicaragua.
Pues a semejante elemento, amable lector, la Universidad César Vallejo ha decidido convalidarle su tesis doctoral a pesar de que las pruebas evidencian una apropiación ilícita de ideas y de textos –alcanzando alrededor de cincuenta por ciento el contenido de la propiedad intelectual plagiada a terceros- por lo cual la universidad, cuya presidencia ejecutiva ejerce doña Beatriz Merino, afirma atrevidamente que “la tesis mantiene su originalidad”, agregando que el porcentaje del contenido ajeno “corresponde a los estándares” de la César Vallejo. Ante semejante inconducta –quizá aceptable para el estándar de César Acuña- el silencio cómplice de Beatriz Merino lo dice todo, y destruye de una manera procaz aquella imagen que con mucho esfuerzo ella labró durante medio siglo.
Como correlato sorprende otro silencio que retumba tanto o más que el de Merino. Es el de Mario Vargas Llosa, amigo personal de Beatriz, quien fuera senadora por aquella agrupación, Libertad, que, con tanto celo y decisión, impulsase el único Nobel peruano como semillero de una nueva forma de hacer política y de cambiarle el enfoque turbio a quienes la practican. MVLL no debe ni puede continuar callando frente a semejante yerro de su amiga personal y colaboradora política. Salvo que Merino dé explicaciones consistentes respecto a su extraña conducta.
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