Los traficantes de la verdad única en los medios
Luisa Fernanda, a sus 55 años, carga con el peso de una infancia marcada por el abuso, un lastre que se manifiesta en noches de insomnio y recuerdos que la persiguen. Sabe que su destino pudo haber sido la delincuencia o la prostitución, porque personas que sufrieron como ella no pudieron escapar de esa fatalidad que muchas veces la sociedad impone. Lo más triste es que los autores de esos abusos son quienes debían haber garantizado su seguridad: sus propios padres. Pese a las sombras que habitan su pasado, Luisa Fernanda ha forjado un camino de resiliencia y superación.
Su vida podría haber tomado rutas oscuras, pero algo dentro de ella, relacionado con la educación y la cercanía de personas que le brindaron apoyo y confianza, la guiaron hacia un sendero diferente. La resiliencia, esa capacidad de sobreponerse y adaptarse a situaciones adversas, se convirtió en su aliada.
Luisa Fernanda reconoce la multidimensionalidad del abuso, entendiendo que, así como la pobreza tiene diversas caras, el maltrato también se manifiesta en diferentes formas. Reflexiona sobre aquellos que explotan a los seres humanos, física o mentalmente, y señala con agudeza a los “traficantes de la verdad”, que se creen dueños del “pensamiento políticamente correcto” y descalifican a todo aquel que piensa distinto mientras, hipócritamente, se proclaman a los cuatro vientos como ejemplos de pluralismo.
Manipular las mentes es más grave que traficar con cuerpos y una sociedad democrática debe estar preparada para hacer frente a individuos que, disfrazados de periodistas o seudolíderes de opinión, pretenden imponer sus perspectivas como una verdad única e inmutable. Estos personajes se han convertido en enemigos de una sociedad democrática, libre y abierta a todas las voces y todas las opiniones.
Esta historia adquiere especial relevancia en estos días en los que estos ideólogos del caos parecen celebrar, más que lamentar o recordar con tristeza la muerte de 18 peruanos que, en algunos casos, participaban en actos como el intento de tomar un aeropuerto, que en derecho internacional es un acto de terrorismo. Lo más censurable es que estas muertes son equiparadas con las de los héroes de las fuerzas del orden que ofrendaron sus vidas en defensa del estado de derecho.En su fanatismo, estos mercaderes del autodeno
minado pensamiento progresista, reviven escenas como el abuso del que fueron objeto niños, algunos incluso infantes, a los que se obligó a participar en estos actos de violencia. Se hacen parte así de los discursos de odio que se proclamaban en esas marchas contra el estado. El desvarío llegó al punto de invocarse supuestas tradiciones de las madres aimaras, un recurso vil que debiera avergonzar a estos falsos líderes de opinión enquistados en algunos medios de comunicación.
Luisa Fernanda aboga por la preparación y la resistencia ante aquellos que intentan imponer su versión única de la realidad, ignorando o ridiculizando otras perspectivas y tienen la osadía de presentar su opinión altamente ideologizada y sesgada con la etiqueta de “las cosas como son”. Detrás de una máscara de pluralidad sólo hay un intento torpe de fomentar la intolerancia y el odio entre los peruanos.
En su exploración, Luisa Fernanda descubre que, incluso en entornos acomodados como el suyo, existe un oscuro inframundo donde el abuso se oculta y se tolera por conveniencia. Revela la existencia de aquellos que, desde posiciones de poder, pretenden esconder la verdad para mantener sus privilegios.
Además, Luisa Fernanda señala la peligrosidad de ciertas ideologías, como la ideología de género, que, según ella, no hace más que esparcir discordia y fomentar la intolerancia, como señaló el propio Papa Francisco a quien difícilmente se le puede atribuir ser de derecha. Para ella, la imposición de una única verdad ideológica puede ser tan destructiva como cualquier forma de abuso físico o mental de las personas.
En última instancia, la historia de Luisa Fernanda nos invita a reflexionar sobre la importancia de la empatía, la educación y la resistencia frente a la manipulación de la verdad. Nos recuerda que la resiliencia no solo es un acto individual, sino también un llamado a la sociedad para confrontar las sombras que muchos intentan esconder y luchar contra las ideologías que perpetúan el odio y la intolerancia.
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