Lucanas, mi llaccta
Lucanas está asentada en una ladera que se parece a dos manos juntas y tendidas, listas para extenderlas o para abrazar a quien se le acerque; está rodeada por un hermoso y colorido paisaje al que uno debe guiñarle el ojo y mostrarle una sonrisa antes de disfrutar de su belleza. Su incomparable encanto hace que sus escondidos caminos sean jardines donde quien camina por ellos se deleita siempre con el perfume de flores silvestres. Apenas el sol irradia sus rayos en la cordillera que la protege, los eucaliptos anuncian con su delicada danza que este es un nuevo día, preludio y anuncio de que estamos autorizados para disfrutar de su suelo.
Lucanas, al sur de Ayacucho, es un pueblito donde se le consiente a la luna multiplicarse para que se pose como farolitos sobre las ventanas de las pequeñas casas y así alumbrar el sueño y el camino por donde transite su gente; en las medias noches las estrellas celebran e imitan en silencio el juego y la risa de los niños del pueblo. De nuestros padres aprendimos que jugar entre nosotros es el secreto para hermanarnos para siempre. Por eso, un día, después de una intensa lluvia, el arcoíris anunció que “Solo en Lucanas tus hermanas son tan bellas como las estrellas”. En Lucanas, la gente es muy trabajadora y lo hace con mucha alegría, de generación en generación se transmite el rito de tomar prestado el canto de las aves para entonarlo durante el sembrío y la cosecha.
En Lucanas la vida en familia es mucho más que una tradición. Por eso, la cuidamos y cada vez que vuelvo a mi llaccta, el primer abrazo de un lucanense sabe al abrazo de papá, de mamá o de uno de mis hermanos. En ese instante me siento el mismo niño de siempre, el que cae rendido ante el latido del corazón de las apacibles rocas del camino, el que le toma la mano al viento y alza vuelo con él, el que baila en sus fiestas y que llora desconsolado apenas la campana del pueblo anuncia la partida de uno de sus hijos.
Ahora que estoy lejos del pueblo, escucho en la melancólica voz de Edwin Montoya un huainito el que muy emocionado tarareo: “Cuando salí de Lucanas dejé a mis padres, también mi hogar / la tristeza me embargaba y no cesaba de llorar”, las lágrimas recorren mi rostro y al cerrar los ojos imagino a mí llaccta y segundos después se impone la figura de mamá, rodeada de mis amigos y familiares, caminando por la pequeña plaza. En ese momento te das cuenta de que nunca te has alejado de tu pueblo y que la figura de la madre permanece incólume esperando que vuelvan sus hijos.
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