Luis Bedoya Reyes
El desamparo en la nación ha llegado a su clímax. Nos ha dejado el último de los grandes, de los verdaderos, de los naturales titanes de nuestra política. Un peruano auténtico, campechano, vertebralmente honesto, mentalmente muy estructurado llamado Luis Bedoya Reyes. Partió el Tucán para nunca más volver, en los momentos en que nuestra patria viene discurriendo por uno de sus más dramáticos momentos. Cuando la mirada del peruano está puesta en el vacío, con la esperanza sin norte y con una sociedad muy desconcertada, desmoralizada, escandalizada e indignada, manipulada por unos pobres diablos impropios de liderar un país que, sentado sobre un banco de oro -como solía decir Raimondi- permanece siendo un mendigo por culpa de viles gobernantes agobiados por complejos de inferioridad y aires de superioridad. Sujetos cargados de envidias, de odios y de vilezas, que anteponen sus propias frustraciones al verdadero interés de lo que constituye una población heredera de culturas atávicas.
Peruanos que construyeron lo que jamás conseguiría lograr un politicastro actual. Nos referimos a la pléyade de inútiles, ociosos y presumidos que han secuestrado el manejo político del país, sin tener un Dios te guarde como inteligencia, un Cristo bajo el brazo que puedan exhibir como trabajo y sudor propio, ni un ideal que darles a sus futuras generaciones. Porque por sus mentes sólo pasa el lucro personal, la envidia hacia quien sobresalga -aunque fuere un milímetro más que él- y/o la inquina hacia quien destaque por su inteligencia, sus habilidades y por su honestidad. Pues amable lector, para que conozcan las futuras generaciones, Luis Bedoya Reyes estuvo en las antípodas de esta nueva clase peruana, tan venida a menos, tan frívola, tan superficial, tan egocentrista, tan insuficiente, tan negada y torpe. Finalmente, tan deshonesta. Esta es la gente que ha conducido al Perú por el camino equivocado de la inmoralidad como doctrina, del lucro como divisa, de la trapacería como mérito y del personalismo como distinción. Estamos como estamos porque los velascos, los humalas, los kuczynskis, los vizcarras o los sagastis son unos pobres mequetrefes al lado de una figura egregia como la de Luis Bedoya Reyes. Porque estos mismos nombres ingratos que hemos recordado, junto con algún otro notable en campos diametralmente contrarios al de la política -como es la Literatura- acabaron siendo tan mediocres que, presas del pánico, optaron por cerrarle el paso a la presidencia del Perú al último de los baluartes nacionales que acaba de morir. Porque evidentemente la brillantez de Bedoya habría acabado por desaparecerlos del opaco escenario en el que sobreviven estos individuos, que únicamente sirven para darle la mejor definición a lo que significa aquella ejemplificadora palabreja politicastros.
Honor al mérito, Luis Bedoya Reyes, ilustre hombre de bien, maestro del Derecho, patriota como muy pocos, hombre que jamás se doblegó ante el poder ni sucumbió frente a las podredumbres a las que constatamos se prestaron hombres de paja que intentaron ser notables, pero pasarán a la historia como esos cinco ex presidentes imputados por la corrupción que ha destruido a este país.