Luis González Carpena: el peruano de la guitarra universal
A Lucho González se le puede definir con una sola palabra: único. Pero sería injusto dejarlo ahí. Luis, mi amigo entrañable, es mucho más que un guitarrista excepcional: es una autoridad musical latinoamericana sin margen de error. Un hombre generoso, de presencia imponente y alma sensible, que ha recorrido los escenarios del continente al lado de los más grandes: Chabuca Granda, Mercedes Sosa, Jaime Delgado Aparicio, Lito Vitale, Milton Nascimento, César Camargo Mariano, Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat, Fito Páez, Carmina Cannavino, Lidia Barroso, y muchos más. Mencionarlos a todos sería interminable, como su talento.
De los músicos que acompañaron a Chabuca en vida, Lucho fue, sin duda, el más prolífico. En sus dedos hay destellos de La flor de la canela, pero también de la selva, del Ande y de la ciudad. Mucha de la obra de Chabuca suena a Lucho, aunque casi nunca haya firmado una partitura. Él no se impone, se entrega. Y en esa entrega, transforma.
Lucho, como músico, fue un gran ejecutante, arreglista y compositor. El tema “El beso”, en coautoría con Pedro Aznar, es un gran ejemplo de ello. Sensible, refinado y profundamente latinoamericano, su estilo tiene identidad, lenguaje propio y una raíz que no se quiebra.
Nacido en Lima, pero criado en Buenos Aires desde muy niño, regresó al Perú para terminar la secundaria en el Leoncio Prado y comenzó a estudiar Derecho en la Universidad Católica. Parecía el camino correcto… hasta que no lo fue. Gracias al Dr. Jorge Avendaño, y sobre todo a Chabuca, Lucho recapacitó. Se levantó del pupitre, le dio la mano al decano y eligió el llamado de la música. Y no se equivocó. Se convirtió en nuestra guitarra más universal.
Hijo de Javier González, de Los Trovadores del Perú, la música estaba en su sangre. Pero él la llevó más allá. Supo fusionar lo criollo con lo andino, lo clásico con lo popular, el virtuosismo con la emoción. Fue Chabuca quien lo descubrió una tarde cualquiera: “Ah, tú eres el hijo de Javier. Me dicen que tocas. A ver, siéntate”. Lucho ya la conocía de memoria. Lo demás es historia: un año en México, seis meses en Buenos Aires, España, Europa… siempre junto a ella, como un hijo musical.
Aunque hizo su vida en Argentina, Lucho jamás se desconectó del Perú. Aportó con generosidad y rigor a los discos de Tania Libertad, Eva Ayllón y al proyecto Hijos del Sol, donde su energía marcó la pauta. Como productor, arreglista, compositor o simplemente como el músico que lleva la guitarra como si fuera un corazón colgado al pecho —“mi cuerpo y mi alma”, como él la llamaba—, Lucho González es —y será— un referente. Un músico de verdad, de los que no abundan. Un peruano imprescindible.
Y si alguien dudara de que el talento se hereda, basta mirar a su hijo. Del gran Javier vino Lucho, y ahora viene Martín González, extraordinario músico multiinstrumentista y mejor persona, que triunfa en Buenos Aires desde hace ya veinte años. La música sigue. Y los González también.
Por Ricardo Ghibellini Harten
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