«Madre de Cartago, devuelvo el remo»
Esta hermosa plegaria panteísta que los marineros fenicios decían cuando su nave estaba a punto de hundirse, no es únicamente un rezo en la hora sin vuelta, sino un verso memorable que Borges cita en su ensayo “La poesía”, del libro “Siete Noches”. Los fenicios –apunta– solo concebían la vida como remeros. El principal escenario de esa trama de desdichas y de júbilos era el mar y en él ellos hacían lo que sabían hacer: remar. Cumplida su vida, devolvían el remo para que otros sigan remando.
Para los marineros fenicios, la vida y la muerte estaban enlazadas, de tal suerte que morir y vivir eran una travesía. De ahí que otras de las plegarias decía: “Duermo, luego vuelvo a remar”. Finalmente, Borges cita una oración que el valeroso fenicio clamaba antes del inevitable naufragio: “Dioses, no me juzguéis como un dios/ sino como un hombre/ a quien ha destrozado el mar”.
Todos podemos dar fe, tal cual decía Tagore, que como un mar alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin. No nos queda otra cosa más que remar, a veces a favor de la corriente, a veces en contra de ella, pero siempre remando y recordando lo que el poeta español León Felipe cantaba con clarividencia: “No te asuste naufragar que el tesoro que buscamos, capitán, no está en el seno del puerto sino en el fondo del mar”.
La imagen del fondo del mar brilla sin que lo notemos como el fondo de nuestra psique. Allí radica la vida, sus pulsiones más fuertes, sus recuerdos más íntimos, la explicación de lo que fuimos, somos y seremos. En sus meditaciones, el yogi, el monje cristiano o el budista atisban ese fondo, miran por alguna de sus rendijas y “ven”. A partir de esa mirada, sus vidas tienen sentido y son lo que son: todo, nada.
Cartago fue fundada por mercaderes fenicios hace casi tres mil años, y subsistió, con glorias y declives, hasta que los legionarios de Escipión, el africano, la arrasaron. La madre de Cartago era Tiro, la ciudad que apestaba a mariscos. Fue la ciudad más importante del sur fenicio y la que dominó Oriente Medio y buena parte del Mediterráneo en la primera mitad del siglo primero antes de Cristo.
Creadores del alfabeto y reyes del comercio en la Antigüedad, los fenicios amaban el mar. Y lo amaban porque era su destino. El amor fati que Nietzsche postularía 19 siglos después, lo descubrieron mirando el mar que los cercaba y aceptándolo como un regalo de los dioses. Nacieron para navegar y en ese afán conocieron los remos y la solidaridad entrañable que ellos significaban: Madre de Cartago, devuelvo el remo para que otro reme siempre en la dirección del inexorable destino. El mar, que era su razón de vivir, era también su razón de morir. Por ello, destrozados pero enhiestos, clamaban a sus dioses piedad y misericordia.
Jorge.alania@gmail.com
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