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Maestra vida, Saravá: la última la trajo él

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Fecha Publicación: 06/08/2025 - 22:00
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En el barrio de Melitón Porras, frente a uno de los parques más apacibles de Miraflores, vivía la familia de Lucho Delgado Aparicio Porta, y también la mía. Lucho era un tipo entrañable, carismático y amigo de sus amigos. Tenía dos marcas personales: un tumor benigno en la cara que lo caracterizaba… y una pasión inquebrantable por la salsa.
En 1969, con ocasión de su boda, invitó a todo el barrio. Nosotros, los chiquillos de entre 10 y 15 años, nos pusimos terno por primera vez para ir a la ceremonia. Lucho era hermano del maestro Jaime Delgado Aparicio, jazzista con quien trabajé por años. Pero mientras Jaime exploraba armonías complejas, Lucho vivía y sudaba la cadencia de la música afrocaribeña latinoamericana.
Era la época de éxito de Los Mundialistas en la Av. Grau, el Combo Loza en el Callao y el Durísimo, en el centro de Lima.
A finales de los 70 yo trataba de convencerlo de llevar esa música a la radio. Lucho, incrédulo de alcanzar el éxito que yo le aseguraba, se resistía… pero finalmente, lo logré.
En 1978, cuando en la FM peruana sonaba de todo menos salsa, con Pablo de Madalengoitia hicimos un primer especial en Pablo y sus amigos. Fue un éxito. Eso le devolvió a Lucho la fe.
Fue entonces que Ricardo Palma, dueño de Radio Miraflores, nos dio la llave del estudio viernes, sábado y domingo desde las 9 p. m. Íbamos a veces solos, y otras acompañados por la Sra. Pilar y la Sra. Liz, con nuestro cooler surtido, y nacía Maestra Vida, el primer programa de salsa en FM peruana. LDA y RGH en RM-FM. Así arrancábamos. Lo demás, es historia.
El “Saravá” vino de un locutor cubano que escuché en Miami y que iniciaba su programa diciendo: “Saravá, la última la traigo yo”. Lucho adoptó el estribillo y lo hizo suyo.
Todo esto era por amor al arte… así que duré un par de años y tuve que trabajar para mantener a la familia. Lucho siguió y se convirtió en el rostro de la salsa en el Perú, imagen de Pilsen Callao, congresista de la República, y siempre, un apasionado difusor. Su talento y autenticidad lo llevaron a ganarse el cariño de los grandes: Rubén Blades, Willie Colón, Cheo Feliciano, Celia Cruz. Lo frecuentaban, lo reconocían y lo querían.
Lucho tenía barrio. Literal.
Él nos llevaba directo del Club Nacional a los barracones del Callao, donde la tierra era pista de baile. Ahí no entraban mujeres… salvo una, que bailaba como los dioses y luego se retiraba. Obviamente la zona no era para andar de saco y corbata, pero Lucho nos decía: “No se preocupen, muchachos… yo estoy más marcado que cualquiera de los aquí presentes”.
A esas escapadas se sumaban Álvaro de la Puente, el doctor Cavero, Jaime Payet, Gonzalo García Montero, el doctor Avendaño y el gran Kuchyflin… entre los pocos que tuvieron el privilegio de vivir de cerca esta aventura.
Íbamos, disfrutábamos y volvíamos a la casa de Lucho como si nada.
Preparaba su regreso a la radio cuando un cáncer fulminante se lo llevó en 2015.
El gran Lucho se fue joven, pero dejó huella.
Saravá… la última la trajo él!
Y con eso me despido.

Por Ricardo Ghibellini H.

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