María Kodama
Tuve el privilegio de almorzar con ella y con Borges, los tres, solos, en el piso 20 del restaurante Yut Kun, en la avenida Arequipa. Era una persona joven, con esa apacible belleza de las mujeres orientales. Amable y discreta, acompañaba a Borges en sus tareas diarias, encuentros y viajes por el mundo. Conocieron juntos Islandia y el Sahara y se enamoraron de ellas, mientras recitaban versos de Virgilio y hablaban del mar, de los ciervos de Nara, de la Luna.
"La luna no es la luna -le escribiría después- que vio el primer Adán. Los largos siglos/ de la vigilia humana la han colmado/ de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo". Entre su primer encuentro y su matrimonio mediaron 32 años. Y dos versos que escribió en ese interregno: "Pienso tal vez en esa compañera/ que me esperaba. Y que tal vez me espera".
En otro poema le dijo: "Estar contigo es la medida de mi tiempo… Es, ya lo sé, el amor:/ la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria… Es el amor con sus mitologías/sus pequeñas magias inútiles…". Y en otro: "Lunas, marfiles, instrumentos, rosas/ lámparas y la línea de Durero/ las nueve cifras y el cambiante cero/ debo fingir que existen esas cosas… Debo fingir que en el pasado fueron/ Persépolis y Roma y que una arena/sutil midió la suerte de la almena/ que los siglos de hierro deshicieron/ Debo fingir que hay otros. Es mentira/ Solo tú eres. Tú, mi desventura/ y mi ventura, inagotable y pura".
Nos sentamos los tres, ella miraba a Borges con discreción y ternura, atenta a los mínimos detalles, a su rostro, a su menú, a mi conversación. Celebró con una sonrisa que yo tuviera puesta una corbata amarilla que él reconoció en el ascensor. (Es que sabía que "ahora perduran las formas amarillas/ y sólo puedo ver para ver pesadillas"). No dijo nada pese a las más de cuatro horas que duró nuestro encuentro, tal vez porque yo sólo declamaba sus versos y citaba párrafos de sus cuentos.
De pronto me pidió que lo acercara a la ventana. María lo tomó de un brazo, yo del otro. Qué hermoso ver Lima desde esta ventana, dijo Borges, que no podía ver casi nada. Sólo atiné a responder con uno de sus versos: "Y la ciudad ahora es como un plano/ de mis humillaciones y fracasos/ Desde esa puerta he visto los ocasos./ Y ante ese mármol he esperado en vano".
María Kodama acaba de morir. Tenía 86 años, los mismos que Borges al morir. Él, que ya sabe quién es, le escribió ahora: "Desde que te alejaste/ cuántos lugares se han tornado vanos/ y sin sentido,/ iguales a luces en el día./ Tardes que fueron nicho de tu imagen/ músicas en que siempre me aguardabas/ palabras de aquel tiempo/ yo tendré que quebrarlas con mis manos… Tu ausencia me rodea/como la cuerda a la garganta/el mar al que se hunde".
Nunca quiso casarse. Nunca quiso tener hijos ni familia propia. Borges podría ser tu abuelo, le decía su mamá. Pero ella estaba predestinada para él. Lo estaba, sin duda.
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