María maricón
No es novedad que, desde hace mucho tiempo, el arte vive una etapa de degradación donde esta parece ser su sustancia principal. Esta semana se trató de exhibir en el Centro Cultural de la PUCP una “obra” teatral en el marco de un festival denominado “Salir de la caja”. El nombre de la obra era María maricón, y el afiche mostraba a un hombre disfrazado de mujer (un travesti o un transexual) interpretando a la Virgen María, con el corazón de Jesús en sus manos y un hombre hurgando debajo de sus prendas íntimas. Sin duda, una ofensa por donde se le mire a la comunidad católica y protestante, que es la mayoría del país.
Pero la ofensa no solo es a los creyentes, que están en libertad de creer en lo que deseen. Existe también un daño a los homosexuales o a la así llamada comunidad homosexual (de la que no todos los homosexuales tienen que formar parte), porque crea la imagen de que los homosexuales son gente depravada e irrespetuosa de las convenciones mínimas de convivencia pacífica en una sociedad.
Los homosexuales han transitado un largo trecho para superar los estereotipos, y la gran mayoría se ha integrado perfectamente a diversos ámbitos profesionales, sociales, políticos y culturales donde no existe discriminación alguna. El hecho de que un grupo de seudoartistas trate de hacer pasar un panfleto de mala muerte por arte, afrentando a la sociedad en su conjunto, y que estos seudoartistas “representen” a los homosexuales en nombre de la “diversidad”, es una cachetada a toda la comunidad gay y a aquellos homosexuales que no se sienten parte de la misma por cuestiones de agenda.
No vamos a interiorizar aquí la vieja polémica sobre lo que es arte y lo que no. Pero lo cierto, lo concreto y lo real es que el arte moderno o posmoderno se ha transformado en una estafa mundial al servicio de agendas culturales de moda, sostenida por una argolla mafiosa de relacionistas públicos, curadores, marchantes de arte, martilleros, galerías, críticos y periodistas hacia un negocio multimillonario donde los museos de todo el mundo, sobre todo los americanos infestados por el wokismo, compran colecciones enteras de adefesios para mantenerlos en sus sótanos a la espera de que el mercado sea favorable y recuperen su inversión.
Así, la belleza de la obra (y la imaginación) de arte se ha extinguido para pasar al puro y simple negocio. Hace unos días estuve en Nueva York y visité el MOMA. Me sentí estafado por lo que pagué. Lo único bueno, aparte de la sopa de tomate del restaurante, fueron algunos clásicos modernistas como Rousseau o Picasso, y no de los mejores. Lo demás era un bodrio farsesco. Un “artista” exhibía unas tajadas de sandía de cartón o de plástico como gran propuesta de belleza artística. El mismo sujeto exponía unas cajas de colores, simulando un desván que sostenían, a su vez, algunos artefactos. Y así por el estilo.
La pedantería y el esnobismo de estos sujetos los hace mirar por encima del hombro a todos aquellos que, admirando la belleza, no logran entender su “obra”. Es cierto que el arte tiene como una de sus bases la disrupción y que, al principio, esta no es aceptada. La obra, por poner un ejemplo, del fotógrafo Robert Mapplethorpe es absolutamente disruptiva con el cuerpo humano y fue considerada pornográfica en sus tiempos. Pero es bella. No es una simple provocación chapucera como el bodrio que pretendía presentar el Centro Cultural de la PUCP.
Y aquí no se trata de censura, como algunos caviares han afirmado y otros sinuosos han deslizado. La obra y todo el festival fueron cancelados ante una masiva protesta en las redes sociales. De lo que se trata aquí es de una difamación. La Virgen no es un travesti, ni un transexual, ni un hombre con faldas. Eso es difamar (no interpretar) las creencias por las que los mismos difamadores piden respeto para las suyas en nombre de la “diversidad”.
Sea como fuere, es una buena noticia que un insulto con el moño de “arte” haya sido cancelado en plena cultura de la cancelación.
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