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María

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Fecha Publicación: 07/03/2023 - 22:30
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Se llama María - el nombre de mujer más común en el Perú según el Reniec- y que se parece, digo yo, al sonido más grave de la inmortal pieza de Schubert o al Regina Coeli de Mozart, que han interpretado todas las Sinfónicas del mundo.

Suena así, pero acaso no le importa. Le importan el respeto y la igualdad. No desea ser el centro de dedicatorias ni el pretexto para homenajes que sólo tienen sentido si son una exhortación para que no la maltraten y discriminen. Se ha cansado de las estadísticas que grafican su marginación en sociedades que dicen tener un enfoque de derechos.

No quiere elogios melifluos o grandilocuentes. Tampoco llantos cuando una hija, una hermana, una amiga, una colega, es víctima del machismo o de una sociedad patriarcal que no la ha descubierto aún en toda su grandeza y que, en el fondo, la ignora y la desprecia. Pide lo equitativo y justo: que se reconozcan sus derechos. Nada más.

Desea ser amada, como el filósofo Humberto Maturana aconseja amar a un ser humano, “…brindándole la oportunidad de ser escuchada con profunda atención, interés y respeto; aceptando su experiencia sin pretender modificarla sino comprenderla; ofreciéndole un espacio en el que pueda descubrirse sin miedo a ser calificada, en el que sienta la confianza de abrirse sin ser forzada a revelar aquello que considera privado; reconociéndole y mostrándole que tiene el derecho inalienable de elegir su propio camino; permitiéndole descubrir su verdad interior por sí misma…”

En el célebre poema de Joao Cabral de Melo Neto, “Vida y Muerte Severina”, se narra la trágica vida de todos los Severinos del nordeste brasileño, el mísero Sertón, que es también un escenario de la guerra de liberación de los Canudos que Vargas Llosa cuenta magistralmente en La Guerra del Fin del Mundo. Pobres y excluidos, los Severinos son los retirantes de la sequía universal de la injusticia.

Ser Severino en el Sertón es casi como ser María en cualquier país del mundo, especialmente en aquellos que batallan día a día para que sus mujeres tengan sus derechos asegurados. Y para que la hombría de los hombres no se mida, como señalaba Octavio Paz, entre las piernas de las mujeres. Y para que lacras como el feminicidio, el abuso, el acoso, la trata, la explotación sexual, la violencia tiendan a desaparecer y no a aumentar como sucede.

Escucho el nombre de María y pienso en mi hija María Luisa. Pero también en las miles de Marías de mi pobre país que aún sufren las inequidades por ser mujeres y que están luchando por no tener nunca más -ellas y sus hijas y las hijas de sus hijas- una vida y muerte Severina.

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