Marina de guerra: modelo de institucionalidad y de gestión pública
Los peruanos de bien observamos continuamente y cada vez con mayor preocupación, como la degradación de no pocas instituciones públicas que son claves para el funcionamiento del sistema democrático, está alcanzando niveles que perecieran haber llegado a un punto de no retorno, donde la deshonestidad y el interés particular gobiernan y en las que campean individuos de conductas abiertamente inmorales cuando no delictivas, incluidos los que ocupan las posiciones del más alto nivel, para quienes la ética y el servicio al compatriota valen lo mismo que un alfiler.
Por el contrario, en la orilla opuesta –lo que es esperanzador– se ubican instituciones públicas eficientes que cumplen a cabalidad con las responsabilidades que les señala la Constitución y la Ley. Ello a pesar de las limitaciones presupuestales, y más aún del muy reducido interés de las personas de mejor preparación académica por desarrollarse profesionalmente en la gestión pública. Esto último puede atribuirse, en parte, a que desde la sociedad civil se ha cuestionado de manera muchas veces generalizada, injusta, desproporcionada y hasta suicida, el rol del estado, lo que ha dado como resultado un efecto inhibidor en los jóvenes para enrolarse en el servicio público.
La Marina de Guerra del Perú pertenece a una de estas últimas instituciones a las que me refiero. Recientemente, en la institución que fundara el Vicealmirante Jorge Martin Guise el 8 de octubre de 1821, el Almirante Javier Bravo de Rueda Delgado, distinguido oficial de marina de reconocida trayectoria profesional, ha tomado el timón en el puente de mando naval, en perfecto cumplimiento a la normatividad vigente. El nuevo Comandante General de la Marina tendrá la responsabilidad no solo de conducir los destinos institucionales, sino también de continuar los acuerdos adoptados por el Consejo Superior de Marina -suerte de directorio corporativo que conforman los 8 vicealmirantes en servicio activo- donde se aprueban los más trascendentales lineamientos, instancia que es garantía de continuidad de políticas de mediano y largo plazo, a fin de evitar que aparezca un seudo iluminado y pretenda descubrir la pólvora y mande al traste lo avanzado. Pese a las muchísimas limitaciones presupuestales que afectan las operaciones y el entrenamiento del personal, se hacen los mejores esfuerzos para cumplir con la misión que le asigna nuestra Constitución Política a la Marina de Guerra del Perú, de la cual; como sostuviera públicamente el Almirante Alberto Alcalá Luna, ejerciendo el alto cargo institucional en mención, en los negros días del marxista de kindergarten; no se aportará ni un milímetro.
Tocará al Almirante Bravo de Rueda, al ejercer el cargo que también ocupó el Gran Almirante del Perú don Miguel Grau Seminario en 1877 con el grado de capitán de navío, afrontar los grandes desafíos que implican seguir impulsando la reforma industrial en el ámbito de la construcción naval –lo que en realidad debería ser un objetivo nacional como lo hemos sostenido en una columna en este prestigioso diario meses atrás– y continuar con la modernización de la fuerzas navales y fluviales en el Pacifico y en la Amazonía, más aún ante las absurdas declaraciones del comunista y ex -¿?- guerrillero Petro respecto a la frontera del Perú con Colombia.
El gobierno corporativo de una institución como la Marina de Guerra además de implicar buenas prácticas signadas por la moral, la ética y el empleo responsable de los recursos humanos y materiales y de las nuevas tecnologías, absorbe con apasionado orgullo el peso de su historia, que se remonta al virreinato del Perú, y a las raíces de su práctica marinera en los días del gran Inca y conquistador Túpac Inca Yupanqui, el Inca Navegante, perennizado en el mascarón de proa de nuestro buque escuela, en perfecta simbiosis de lo andino ancestral con las glorias navales republicanas representadas en el nombre de Unión, el que invoca también la unión americana.
Gobierno corporativo nada sencillo, y que no se limita a una eficiente gestión de un grupo de destacados tecnócratas basados en Lima, sino que abarca distintos y complejos escenarios en el mar de Grau, en la inconmensurable Amazonía y en el altiplano donde surca las elevadas aguas del lago Titicaca. Por ello la Marina de Guerra del Perú es ejemplo de eficiencia, de continuidad y predictibilidad institucional, dueña de una trayectoria muy reconocida dentro y fuera del país, de lo cual existe audacia testimonial. Los marinos de guerra desde siempre son peruanos comprometidos y decididos a poner en riesgo sus vidas en defensa de sus compatriotas, cual sea el lugar donde los necesiten, listos al momento en que la Patria les ponga la mano en el hombro y les diga: ¡A hora te toca a ti!
De glorias, sacrificios y de honor está escrita su bitácora bicentenaria.
Por Juan Carlos Llosa Pazos
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