Mártires de hoy
El número de personas infectadas por el Covid-19 avanza cada día y, al parecer, no podemos llegar aún a la tan ansiada meseta desde la cual la expansión del virus empiece a bajar, para tranquilidad de la población. Vivimos con la angustia de la amenaza de un virus letal que ya no se puede saber por dónde acecha, pero sí intuimos que él puede estar en el lugar más insospechado, generando, cada día, más angustia a las personas. Solo nos queda, entonces, seguir los protocolos establecidos para evitar su contagio, puesto que, salvo los discursos oficiales, la realidad parece desbordarnos con toda su crudeza y crueldad.
Lamentablemente un foco de infección y contagio no ha sido apagado oportunamente. Me refiero a la negativa del Congreso de legislar para generar el deshacinamiento de las cárceles, los proyectos enviados por el Poder Judicial tuvieron en cuenta las recomendaciones de órganos supranacionales que exigían a los Estados miembros a formular plataformas legales conducentes a descongestionar las cárceles en época de esta pandemia que a todos nos persigue. Inclusive se precisó que estos beneficios no alcanzaban a quienes se encontraban vinculados a delitos graves. Ojala se otorguen facultades legislativas al Poder Ejecutivo para que legisle sobre esta materia y evitar muertes innecesarias. Se perdió un valioso tiempo.
Hasta el miércoles de esta semana, la estadística oficial daba cuenta de que ya teníamos 104 mil personas infectadas por el Covid-19 y que en sólo las últimas 24 horas, hasta ese momento, se había sumado cuatro mil 600 nuevos casos, contabilizando, por otro lado, tres mil 24 personas fallecidas a consecuencia de este mal. Sin embargo, medios de información internacionales afirmaban que esas cifras eran mayores a las que, oficialmente, conocíamos nosotros. A su vez, la realidad cotidiana, que la prensa nacional se encara de mostrarnos es, muchas veces, de tal dramatismo que no deja de ser verosímil las sospechas que circulan entre la población.
En esta lucha sin cuartel, tenemos que reconocer la heroica labor que realizan nuestros médicos y todo el personal de la salud, así como el personal de nuestras Fuerzas Armadas y Policía Nacional. Ya son muchas las víctimas de estas profesiones que han caído abatidos debido a evidentes carencias en nuestros centros hospitalarios por falta de medicinas, ventiladores mecánicos y otros equipos de protección, reclamados con dramatismo por el Colegio Médico del Perú.
Los médicos han demostrado ser consecuentes con su juramento hipocrático para defender la salud y la vida. En esta pelea desigual, en las condiciones más difíciles, vienen dando mucho de sí, por todo lo cual merecen nuestro respeto y reconocimiento, del mismo modo que todos los trabajadores de la salud, formados para servir a las personas, incluso con el sacrificio de sus vidas.
Allí está vívido el ejemplo de Daniel Alcides Carrión cuyo aporte a la medicina peruana significó el sacrificio de su propia vida, al convertir su cuerpo, como bien señala la Dra. Carmen McEvoy, en un laboratorio donde registró los efectos de la verruga cuyo germen él mismo se inoculó. Dice la notable historiadora peruana que el legado de dicho mártir fue “un aporte científico nacido de su deseo de servir, lo que lo convierte en el símbolo de la medicina peruana”. Nuestros profesionales de la salud están siguiendo dicho ejemplo, están sirviendo a la sociedad y eso hay que decirlo a viva voz para que todos los peruanos entiendan que si queremos tener un país de verdad, el egoísmo debe ser desterrado por siempre. Honor a los valerosos héroes civiles y militares de hoy.
Juez Supremo