Más allá de los márgenes del feminismo
Por Ana María Águila Calderón
Estoy en la marcha NiUnaMenos solo por acompañar a mi prima. Puedo oír los gritos de “No a la violencia contra la mujer” con tal ímpetu que hasta me siento convencida de que la marcha vale la pena.
Necesito agua. Busco por encima de las cabezas a los ambulantes que están en los márgenes de la marcha y diviso a una señora con un cooler en una esquina. Me acerco, recibo el agua, le pago y agradezco. “Con mucho gusto” me responde, con ese tono característico de los venezolanos. Al voltear, tropieza casualmente con una de las protestantes. “Puta madre, venezolana de mierda”, grita la activista.
Me quiero ir de la marcha. La vendedora de agua no solo estaba a un lado del gentío de la marcha, sino al margen del feminismo.
El feminismo no es inclusivo. Se presenta como homogéneo, pero olvida una realidad: las mujeres también somos migrantes, discapacitadas, indigentes, nativas, internas en penales. Somos plurales.
“Entonces, ¿yo no soy una mujer?” se preguntó en su momento la activista de los derechos de la mujer negra Soujouner Truth, poco después de que en Estados Unidos se consiguiera el sufragio de las mujeres en noviembre de 1920. Las mujeres negras aún no votaban, pero este hecho se expone como un gran hito para el feminismo y para las mujeres. Marginadas por el mismo grupo que las representa.
Es irónico que el término sororidad guarde relación histórica con el nacimiento del feminismo. La RAE indica que es la “relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento”.
“Lo logramos solas, nadie nos ayudó, por eso tomó tanto tiempo” me comentó Octavia mientras sigue con la limpieza de mi casa, la tarde siguiente en que se había logrado el reconocimiento pleno de los derechos laborales de las trabajadoras del hogar.
Al parecer las trabajadoras del hogar como Octavia no se hallaban en la agenda feminista.
Qué distante de la sororidad suena lo anterior. Exclusión y preferencia tal vez sean mejores términos para definir al feminismo.
El aeropuerto Jorge Chávez está lleno. Será por eso que todos pasan rapidamente el escáner de seguridad, pienso. Llega mi turno y paso, no suena nada. No tendrán que revisarme.
Aida viene trás de mí y no suena nada; la detienen y me mira buscando explicación. Un señor con un aparato se acerca para revisarla. No puede revisarla un varón. Me acerco y es cuando aparece una mujer de seguridad, aparta al señor y la revisa.
Aida se acerca y me dice:
-Estoy cansada de ser negra para unas cosas y mujer para otras.
Cuando las asociaciones feministas peruanas han pedido intervenir en un proceso judicial para aportar su conocimiento como amicus curiae, solo lo han hecho en temas de derechos reproductivos, según el portal web del Tribunal Constitucional.
Para otras causas tratadas por este máximo tribunal sobre mujeres privadas de su libertad, mujeres transexuales y mujeres indígenas, no se registra el apoyo feminista.
Máxima Acuña es campesina, pobre y de la sierra (una región semipatriarcal).
Ella y su hija fueron golpeadas por primera vez por empleados de seguridad de la empresa que llevaba a cabo el proyecto minero Conga de Yanococha en 2011, por no querer desalojar el terreno. La compañía entabló un juicio a Acuña por usurpación, con el objetivo de que abandone el lugar. Dos años después Máxima Acuña gana el proceso; sola.
Este caso explica aquella estadística publicada en El Comercio el 18 de febrero del 2019:
Una encuesta realizada a jóvenes de Estados Unidos y Reino Unido indica que una de cada cinco mujeres se etiquetaría feminista y se advierte que este término no atrae a las mujeres de la clase trabajadora.
Hay que reconocer que el feminismo ya tomó conciencia sobre esta falta de inclusión. Kimberlé Williams en 1989 construyó el término interseccionalidad, herramienta para la inclusión. Un buen primer paso: ponerle nombre al problema.
Pero solo con alcance teórico.
Han pasado 32 años desde que se detectó el problema y el feminismo sigue indiferente y, lo peor, se ha sectorizado. Existe el feminismo negro, ecofeminismo, feminismo radical y hasta feminismo marxista.
La imagen casi mítica de la unión del feminismo caminando como una sola mujer, no es real.
Me quiero ir de la marcha, pero mi prima insiste en que nos quedemos un rato más. Seguimos avanzando y dejamos atrás a la venezolana invisible a los ojos del feminismo. Pero ahora soy consciente y advierto más mujeres que parecen ocultas para las manifestantes: niñas vendiendo dulces, mujeres en harapos y ancianas durmiendo en el suelo.
Y seguimos avanzando. Más venezolanas, esta vez con carteles pidiendo ayuda. Nadie las mira. Llegamos al final del recorrido y empieza el ruido, se vitorean y se abrazan dentro de su burbuja.
Existen márgenes de exclusión y no quiero ser feminista.
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