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Más allá del coronavirus

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Fecha Publicación: 13/03/2020 - 22:20
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A nivel mundial, hasta ayer las estadísticas advertían alrededor de 155,000 infectados por la pandemia Covid-19, y alrededor de 3,000 muertos. Evidentemente el número de infectados contabilizados corresponde, en exclusivo, a la cantidad de individuos que oficialmente han sido analizados y detectados por organismos oficiales de salud como portadores del coronavirus. De manera que el verdadero guarismo de los contagiados debe superar largamente ese número. Tal vez la proporción pudiese ser 100 a 1, según estiman algunos médicos epidemiólogos. Es decir, unos 15´000,000 que, a su vez, pudieran contagiar a tres personas más cada uno y éstas, en simultáneo, hacer lo mismo con otra gente. Así se proyectan las progresiones de una pandemia. Y a eso se debe la preocupación mundial desatada desde que la Organización Mundial de Salud oficializara el desencadenamiento de una pandemia planetaria de muy fácil y rápida transmisión, con posibles efectos mortales para ciertos segmentos poblacionales.

Las pérdidas que vienen registrándose en las bolsas de todo el orbe sólo confirman esta alarma. De modo que quizá lo que hoy ve la mayoría de terrícolas responda sólo a la epidermis de la epidemia. Y aquí podría estar la razón de la ligereza, fuera de lentitud, con que han actuado algunos gobernantes –entre ellos Vizcarra, suerte de furgón de cola de lo que hacen sus homónimos de España, EE.UU., etc.– e igualmente el motivo por el cual los ciudadanos de dichas naciones –como es nuestro caso– han tomado la cosa relajadamente. Hasta ayer, por ejemplo, pasajeros procedentes de Europa y Asia –donde la diseminación del virus ha sido exponencial– ingresaban acá sin problema, sólo bajo la advertencia que debían permanecer en “cuarentena domiciliaria”. Tamaña tontería, porque resulta imposible controlar ese estatus. Tanto es así que los noticieros de la mañana registraban ayer mismo a turistas que –según dijeron– “acabamos de llegar y hemos salido un momento”, paseándose tan tranquilos por la Plaza de Armas.

Ayer advertíamos el terrible riesgo en que está nuestra población. Particularmente, los sectores desfavorecidos donde ni siquiera existe agua potable. Pero el peligro acecha asimismo a las grandes mayorías que confían –como les ha ordenado el mandatario Vizcarra– en esa antesala del patíbulo llamada sistema estatal de salud. Frente a ello, lo único que podemos hacer, solidariamente, es rezar para que no ocurra aquello que, por lógica, pudiera suceder. Sin embargo también necesitamos mirar más en profundo las secuelas de esta suerte de pánico generalizado que ha empezado a apoderarse de muchos países, entre ellos el Perú, donde la gente se ha lanzado en forma compulsiva a comprar víveres y suplementos para subsistencia, produciendo un desabastecimiento que pudiera convertirse en otra plaga de alto riesgo, con graves repercusiones en toda la economía nacional. Si tuviéramos un régimen serio, con materia gris y despolitizado debería proyectarse no sólo a abastecer adecuadamente los hospitales y declarar en emergencia a los gremios de médicos, enfermeros, sino asimismo a estudiar posibles consecuencias –sociales, económicas, políticas- que surgirán con posterioridad a que se consiga controlar y superar esta inusitada situación que vive el mundo.