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Más reglas, menos patria

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Fecha Publicación: 18/07/2025 - 21:30
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Era lunes, y en la losa deportiva del colegio estatal de Ayacucho, un profesor sostenía con esfuerzo el asta mientras un grupo de niños que apenas habían desayunado, vestidos con polos desiguales y zapatos polvorientos, entonaba con emoción el Himno Nacional. La bandera flameaba con timidez, algo deshilachada por los años y el sol, pero seguía allí, orgullosa, cumpliendo su papel. Esa imagen de hace 25 años vuelve a mi recuerdo.
Hoy la directora debe estar preocupada, apenas hay dinero para los chicos y ahora deberá buscarlo para una bandera nueva. En ese rincón del Perú, como en tantos otros, la patria no necesita un instructivo: se vive. Se siente en el desayuno compartido, en los cuadernos remendados, en las familias que hacen milagros para pagar los útiles escolares.
Pero ahora, parece que amar al Perú también exige saber la medida exacta del asta, el tipo de hilo metálico dorado, la textura de la tela y cuántas hojas debe tener la corona del escudo. Porque así lo dice el nuevo reglamento aprobado por el Estado.
La intención de proteger nuestros símbolos nacionales puede sonar bien. Pero el problema aparece cuando lo simbólico se burocratiza hasta el absurdo. Según la nueva normativa, cada símbolo —la bandera, el escudo, el himno— debe cumplir con especificaciones tan estrictas y técnicas, que lo que era parte de nuestro orgullo colectivo ahora se convierte en un terreno minado de posibles infracciones.
Se ha decretado incluso qué tipo de tela debe usarse, qué grosor debe tener el hilo, cuántas monedas puede mostrar la cornucopia en el escudo. Y esto no es una sugerencia: es ley.
¿Y si un emprendedor quiere lanzar una línea de polos con la bandera bordada para julio? No puede. ¿Una panadería que quiere decorar sus bolsas con una franja roja y blanca con un pequeño escudo? Prohibido. ¿Una empresa que quiere sumarse a las celebraciones patrias en redes sociales con un logo fusionado a la bandera? Sancionable.
Ni siquiera los colegios pueden izar una bandera si no cumplen con las medidas oficiales, la orientación del asta, la moharra dorada y la tela con protección UV. Lo que era un gesto de amor a la patria ahora es un riesgo regulatorio.
Lo realmente paradójico es que esta sobrecarga normativa convive con un Estado ausente en lo esencial. Mientras se dicta con precisión quirúrgica cómo doblar la bandera, los hospitales siguen desabastecidos, las comisarías sin patrulleros y las escuelas sin pizarras. Mientras se vigila con lupa que ningún logo comercial toque el escudo, se ignora que miles de jóvenes no saben cantar el Himno completo porque nunca se les enseñó. Se cuida el símbolo, pero no al ciudadano.
La patria no se defiende persiguiendo a quien imprime una taza con la escarapela; se defiende cuando se crean condiciones para que más personas puedan vivir con dignidad, crecer, emprender, sentirse orgullosas de ser peruanas sin miedo a romper una regla del Estado.
Hemos aprendido a normalizar esta forma absurda de gobernar: crear más y más leyes para demostrar control, mientras lo esencial se escapa entre los dedos. Cada día, el Perú real —el de la calle, el mercado, la combi, el aula— choca contra un muro de formalidades que nadie entiende, pero todos deben acatar. Y la consecuencia es clara: mientras más reglas imponemos, más se vacía el sentido profundo de las cosas.

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