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Masa y estrategia

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Fecha Publicación: 10/10/2022 - 22:20
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Ortega nos advertía de la rebelión de las masas. La masa no discierne, pero decide. Desde la guillotina de Robespierre entre aplausos y la legitimación popular de Hitler por el voto (luego como Führer y canciller) la historia registra que la masa puede ser bastante dúctil.

El hombre masa de Ortega puede ser deliberante en el sosiego, pero bárbaro en la provocación. En el Perú el hombre masa es impredecible porque puede elegir a cualquiera a sabiendas de sus extremos personales o del apocalipsis que puede significar. No es un tema de madurez social, Hitler fue consagrado por una sociedad culta. Ocurre que la democracia electoral tiene sus fallas estructurales, quien elige lo hace con las vísceras y la credulidad. El hombre masa es temperamental y lo apuesta todo a una coyuntura. La irracionalidad no lo hace menos pragmático, puede optar por un corrupto y seguir obsequiándole el respaldo porque le conviene.

El hombre masa decide según tendencias, desayuna y cena encuestas. Basta que se circule el rumor sobre un desconocido líder que multiplica adeptos para que se pliegue porque odia perder su voto y no se complace en la soledad. Pareciera que los tiempos de la videopolítica de Sartori pasaron y que hemos vuelto al líder de la plaza. Su potencial se mide por la foto de la escena llena, con el ángulo dirigido para que se cubra todo y que las “cincuenta mil” almas sean seis millones de votos simbólicos. Esa fue, diría, la táctica de quienes asesoraron a Pedro Castillo cuando el rumor de las plazas llenas a su paso le daban una dimensión nacional que no tenía, es la táctica del engaño.

Suelta el sencillo rumor de que “cada vez se habla más en las calles de un candidato” y lo verás crecer por efecto multiplicador. El gran problema de los políticos y partidos democráticos es que carecen de estrategas de guerra psicológica. En política gran parte de la victoria es la creencia, “aquello que haces creer es lo que llega a ser verdad y lo que termina por prevalecer”, la virtud del asesor de campaña es la prestidigitación, porque al final y como en la vida, todo es una ilusión.

En poco empoderamos a un popular trovador andino como líder democrático, llenamos plazas, “hacemos creer” y será ese quien ocupe Palacio. Si no la vieron, a la izquierda se le gana con sus propias tácticas.

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