McDonald’s, el silencio de los inocentes
Expresar indignación frente al triste momento que tocó vivir a las familias de Alexandra Antonella y Carlos Gabriel es ya un lugar común. Ambos eran jóvenes entusiastas que —para su mala fortuna— estuvieron en el lugar y la hora que los convirtió en protagonistas de una tragedia que enlutó al país, días previos a las fiestas navideñas.
La tragedia cobra mayor dimensión cuando descubrimos que los responsables de su salud y seguridad en el trabajo no fueron capaces —siquiera— de darles cara a sus familiares, haciéndoles llegar su pésame o algo similar. Peor aún, existen serios indicios de que trataron de ocultar información de lo que para los investigadores sería un homicidio culposo.
De más está decir que las autoridades deben llegar hasta las últimas consecuencias. A pesar de la tibieza inicial de sus declaraciones en los medios de prensa, expresando un inexplicable temor por nombrar la marca registrada de la empresa responsable: McDonald’s de Arcos Dorados.
Lo cierto es que esperar un mes para conocer resultados no resulta ser un anuncio muy feliz. No lo es porque hablamos de dos vidas humanas. No lo es porque lo encontrado es público y conocido. No lo es porque el tiempo juega a favor de los bajos instintos de actores que aprovechan la tragedia para sacar provecho comercial y político.
No es casual ver a estos gallinazos sin plumas merodear la escena del crimen, con el único objetivo de convertir la muerte de estos jóvenes en “el abuso del gran capital sobre los indefensos trabajadores inexpertos”. Me perdonarán. Pero en el mundo laboral, salvo que se trate de trabajo infantil (que está penado), y siendo mayores de edad los protagonistas, donde hay un abusador también hay un abusado que permite el abuso. Dirán que estaban indefensos y no podían denunciarlo. Pero los hechos nos llevan a concluir que lo permitieron, y a sabiendas.
Permitir el abuso no elimina la irresponsabilidad ni el posible delito. Pero desnuda una realidad mucho más escalofriante que la muerte de ambos chicos. Que no existe en el Perú una cultura laboral que defienda derechos en serio. Las centrales sindicales (que serían los llamados a ejercer esta defensa pública) están infestadas de mafias y parásitos, que lo único que hacen bien es vivir de aquellos incautos que permiten separar un porcentaje de sus sueldos para alimentar a grupos de rémoras, que terminan camuflando su juego político de lucha sindical.
Este sería un buen momento para que un tercer sector (Fundaciones y ONG) y Think Tank de gremios empresariales con altos estándares de buen trato a los trabajadores, propongan iniciativas de regulación y auto regulación que vayan más lejos de, simplemente, cumplir con el papeleo de la Sunafil, el Ministerio de Trabajo y la municipalidad donde operan.
Es tiempo de arrebatarle a esa falsa élite sindical peruana, la verdadera lucha por los derechos laborales de los peruanos. Es tiempo de recuperar la voz de quienes entregamos a diario nuestro granito de arena para generar riqueza en el país. Es tiempo de convertir ese silencio de los inocentes en una dinámica voz, que ponga en vereda a tanto empresario bamba que oculta tras “marcas” y “franquicias” su verdadero rostro: la barbarie.