Me provoca, y…
El calor reinante en la ciudad abrasa, ni la abundante toma de agua lo calma; así que añaden el aligeramiento de la ropa que predica bastante informalidad en la vestimenta. A Roberto y María, distinguidos turistas, les provoca visitar un museo que destaca precisamente por lo selecto y lo cuidado de sus muestras y el protocolo de acceso. Uno de ellos, casi con los labios cerrados, desliza un comentario: “me parece que no estamos vestidos para la ocasión”. Quien lo escuchó y quien lo emitió, hicieron caso omiso.
En la puerta de acceso, un engolado, con un impecable uniforme y atento empleado, enfatizó cortésmente: “Lo siento, pero así no está permitido el ingreso”. – “¿Por qué? Queremos visitar el museo, así que déjenos pasar”. “Las indicaciones son de público conocimiento. El museo está al servicio de los turistas todos los días y en un horario extenso, es más, si regresan, me buscan y les evito la fila”. “Oiga –replicó ella– no puede negarnos el ingreso. Quiero entrar y siento que debe ser hoy. Usted –y el museo– me está discriminando al no valorar mis sentimientos, fijándose solo en mi atuendo”. Sin hacer pausa alguna, continuó: “si no nos permite ingresar, sentaré mi reclamo y haré viral esta injusticia”.
Él me provoca, yo lo quiero, se está encrespando como un azote que corre el riesgo de doblegar la estructura social. No pocos aseveran que el casi colapso del tráfico limeño no es causado únicamente por el profuso incremento de su parque automotor, sino porque los conductores maniobran acicateados por el yo quiero o me provoca ir a la izquierda cuando corresponde transitar por la derecha; detenerme no en el paradero para recoger pasajeros, etc.
Esta suerte de voluntarismo que se traduce en una libertad sin coto ni de la naturaleza ni de la norma, tan solo espoleada por el puro querer, eleva a la categoría de derecho los deseos, los gustos, los pareceres y los sentires. Con lo cual, las relaciones interpersonales, las comerciales y las profesionales, en buen romance, la reciprocidad y el dar al otro lo que le es debido no sería posible. Así como se observa personas que se engallan ante una solicitud de respeto a los monumentos históricos aduciendo que es un modo de pronunciarse en contra de la extinción de las marsupias; por qué tendríamos que reaccionar ante un médico al que no le provocase atender a un paciente, debido a que tiene el deseo de ver el último capítulo de su serie preferida.
No creo que se llegue a ese extremo, no pocos lo pensarían. Es verdad, su expansión la podría visualizar como el crecimiento de una enredadera: lento pero tupido y abarcante. Sin embargo, prefiero pensar que su prolongación por el plexo social no es irremediable. Una manera de detener la dilatación del me provoca es recuperar, restituir la autoridad y el talante institucional. Si las organizaciones tutelares y las intermedias cumplieran con coherencia e integridad con sus propósitos, el ciudadano respetaría sus protocolos, aunque provoque hacer lo contrario.
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