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Mi madre fue la camarada Martha

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Fecha Publicación: 12/09/2025 - 20:20
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Mi madre fue la camarada Martha. Ella se unió al comunismo por amor, como Agustín de Hipona, que se unió al cristianismo por lo que sentía su corazón. La militancia era su estado de gracia y de práctica. Siempre vi a mi mamá como una mujer rebelde a su época, contracorriente, líder, pero con seis hijos a cuestas, y un ex marido que era un mueble, o menos que eso. Ella decidió creer, antes que olvidarse de sí misma, era su forma de rebelarse al mundo y pensar que lo transformaba, que por lo menos, hacía algo para que todo sea mejor. Tal vez, descubrió lo peor al lado de mi padre, un hombre feo y sin futuro, un hombre chato de pensamientos, tabla rasa infértil. Ella, no. Siempre me pregunté, por qué se fijó en ese hombre, tan simple, tan parco. A veces me consuelo con la idea de que la atrapó porque era muy inocente y le creía todo a todo el mundo, a veces le echaba la culpa a mi abuela, porque ella decía que las mujeres deben casarse y tener hijos. Siempre decía eso, y me llenaba de rabia. A mi madre siempre la defendí, incluso de Los Chulfe, esos malditos, decían que mi madre era una bruta porque no leía poco. La gente del partido no entendía a mi madre, especialmente Los Chulfe, ese par de acomplejados. Siempre los odié, y le decía a mi madre: —Iré a Lima, a San Marcos, seré filósofo y politólogo, y verás cómo los destruiré en un debate. Ella me sonreía y susurraba en secreto: —Eres mi cuadro interno.
Mi madre era un biomáquina. Ella hacía la lucha del pueblo con el ruido de su Singer, entre las telas, las reglas y las tizas. Ella también escribía el Manifiesto comunista con sus alfileres, con sus patrones. — Cuando yo sea intelectual haré como tú, mamá. Créeme, la lógica es como tu patrón de coser, y escribir es como hilvanar ideas en tu papel de molde. —Hijo, qué cosas dices. —Mamá, cuando sea más grande te liberaré de tu máquina y liberaré a toda la humanidad de las máquinas.
Me tomaba de las manos, con dulzura me decía: —Hijo, solo quiero que leas y escribas, y algún día dirigirás el partido. La interrumpí, diciendo: —Si Sócrates se creía partero de ideas por la profesión de su mamá. entonces yo, que soy hijo de costurera, me puedo creer un sastrecillo intelectual. Ella se echó a reír a carcajadas, y me dijo, —Toño, esto es serio. Si quieres parir algo, que sean buenas ideas para el partido y los cambios sociales radicales, recuerda siempre que pertenecemos al pueblo y juntos haremos la revolución. ¿Entiendes? - Ahora, deja que termine este vestido de la hija de la señora del malecón que te gusta, ¿crees que no me he dado cuenta? Mi madre no sabía quién era Sócrates, pero ella me enseñó que los revolucionarios se podían vestir bonito, como las hijas de los burgueses del malecón, y hasta como el feudal Luperdi. Cuando esas chicas venían a probarse los vestidos, yo les veía las piernas, la cintura y sus pechitos, pequeños cerritos, islas queriéndose perder dentro de mi boca. En verdad, me chapé a pocas, pero a todas las tuve en mi mano de adolescente comunista.
* Microrrelato que forma parte de la novela inédita “Patria roja”.

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