Mil días de terror
Putin ha celebrado los mil días de la invasión a Ucrania anunciando la producción en serie del misil hipersónico Oreshnik, una poderosa arma con una velocidad de tres kilómetros por segundo y un alcance de 5,500 kilómetros. La celebración incluyó ataques masivos con 188 drones en varias ciudades ucranianas, dejando sin electricidad a la población, y amenazas con el torpedo nuclear Poseidón, capaz de generar tsunamis radioactivos que podrían arrasar comunidades enteras.
Estos tres años de conflicto han significado muerte y destrucción: miles de fallecidos, 3.5 millones de desplazados internos, 6.5 millones de refugiados en el extranjero y 14.6 millones de personas en necesidad urgente de ayuda humanitaria, según ACNUR. La destrucción de infraestructura en Ucrania se calcula en más de 486 mil millones de euros, cifra que equivale a 2.8 veces el PBI del país, según datos de Noticias ONU (15/2/2024). Además, aunque no hay cifras precisas sobre el gasto militar, se estima que Rusia ha invertido aproximadamente 800 mil millones de dólares en el conflicto.
La maquinaria bélica rusa ha incluido la contratación de 10 mil soldados norcoreanos y cientos de mercenarios yemeníes para reemplazar a 720 mil soldados rusos muertos en la guerra, según reportes de The Wall Street Journal. Este conflicto, marcado por atrocidades, tuvo como uno de sus episodios más desgarradores la masacre en Bucha. Apenas semanas después del inicio de la invasión, se encontraron 420 cadáveres en las calles, en zanjas o dentro de viviendas, muchos con señales de tortura, como manos atadas y mutilaciones. En un sótano, 18 personas fueron halladas asesinadas, con orejas cortadas y dientes arrancados.
Bucha, una pequeña ciudad de 37 mil habitantes a 28 kilómetros de Kiev, estuvo bajo el control de la 64ª Brigada de Fusileros Motorizados durante dos meses. Su comandante, el coronel Azatbek Omurbekov, responsable de las atrocidades, fue condecorado como “Héroe de la Federación Rusa”. Los reportes de guerra también indican que hospitales, colegios y viviendas fueron bombardeados, que 551 niños han muerto y que 2,008 están desaparecidos. A esto se suma el secuestro de 20 mil menores trasladados a Rusia, donde, según el gobierno de Kiev, se les quita la nacionalidad, se les cambian los nombres y se les entrega en adopción o se les interna en centros de acogida, impidiéndoles regresar a su país.
En respuesta a estas acciones, la Corte Penal Internacional ordenó el arresto de Vladimir Putin y de María Lvova-Belova, comisionada para los Derechos del Niño, por crímenes de guerra. Sin embargo, esta medida es simbólica, ya que Rusia no reconoce la jurisdicción de la Corte.
A pesar de los crímenes cometidos, Rusia cuenta con el respaldo diplomático de China, Irán y Corea del Norte. En América Latina, Venezuela, Nicaragua, Cuba y Bolivia han mantenido relaciones cercanas con el régimen ruso. El presidente boliviano, Luis Arce, estuvo recientemente en Moscú para firmar acuerdos sobre la explotación de yacimientos de litio y el desarrollo de la energía nuclear.
Rusia no muestra disposición para un acuerdo de paz, salvo que Ucrania ceda parte de su territorio y renuncie a integrarse a la OTAN. Putin sigue violando los principios fundamentales de la ONU, ignorando las repetidas exhortaciones del secretario general António Guterres para retirar las tropas rusas de territorio ucraniano.
La historia demuestra que a los tiranos solo se les derrota en el campo de batalla, como ocurrió con Hitler. Si bien esta opción conlleva un alto costo en vidas humanas y recursos, podría ser menos devastadora que mantener el conflicto actual, agravado por la amenaza de Rusia de usar armas nucleares contra Ucrania y las naciones europeas que la apoyan.
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