Mirando el largo plazo
El drama del Perú actual es, a vistas de las carpetas fiscales abiertas y de otras perlas, que el presidente se mantenga y siga gobernando. Él representa al amasijo de la izquierda que mira con avidez al Estado como botín; a aquellos que buscan el cambio por el cambio y, a quienes promueven el desorden, lo disfuncional y la informalidad para luego conseguir pingües ganancias. Lo cierto es que, en conjunto, el ejecutivo y este tipo de ciudadanos, configuran un laberinto con encrucijadas sin salidas y barreras que dificultan el arribo a una solución.
¿Cómo podrá el Perú liberarse del laberinto de Pedro? Preparándose para el cambio sociocultural que asomará. El fin del gobierno no siega los brotes de cizaña ya sembrados. Al terrorismo, militarmente, se le venció en su momento; hoy, a 30 años de distancia, su ideología sigue vigente. Toca reconocer la precariedad moral con la que se “conduce” al país. En las familias, enseñar a los hijos a no justificar, ni minimizar las conductas inmorales, contrastándolas con otras similares, incluso pasadas, emitidas por otras personas o gobiernos.
La responsabilidad la asume –con nombre propio– quien realiza un acto. El mérito o gravedad no disminuye un ápice porque otros realicen similares comportamientos. Es importante, recuperar la precisión, el rigor y la verdad de las palabras en el diálogo. Si alguien fue secuestrado –la realidad – decir retenido es un eufemismo que alienta la manipulación. Los medios de comunicación suelen tipificar las faltas, sancionar y sentenciar a los culpables, proyectando, una imagen generalizada de corrupción en toda la sociedad. Voces como ‘todos’, ‘siempre’ ‘esto nadie lo cambia’ … y, otras similares, que repetidas sin cesar urden una especie de sombra que se filtra negativamente en la atmósfera de nuestro país. Sin duda, la corrupción, los malos funcionarios y políticos han existido, existen, y persistentemente darán noticia de su ilícita actuación. Reconocer su presencia no predica justificación ni contemporización, por el contrario, significa hacerse cargo de que los controles y topes legales no extinguen por arte de magia la corrupción, pues tras la comisión de un acto delictivo hay una persona libre.
Un modo de enfrentar la corrupción es mediante la formación de las nuevas generaciones: en las familias y, complementando ese esfuerzo, en los colegios. ¿Cuál es el verdadero problema a combatir? Que los niños y jóvenes ya no saben lo que es correcto y lo incorrecto. O, que no se les enseña e incentiva a elegir y hacer lo que es lo correcto. Frente a esto, ¿no se debería, más bien, estar hablando del papel de la educación en la lucha contra la corrupción, los maestros, los directores, los rectores de las escuelas, universidades y centros de educación superior y no solamente los policías, abogados, políticos y los profesionales de la lucha contra la corrupción? Es cierto que la mirada educativa no deslumbra por sus logros inmediatos (¡potaje de los potajes!). Lo suyo son los objetivos a mediano y largo plazo: su foco son las personas a las que se llega una a una y en pequeños grupos.
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