Mirar hacia adentro
Los titulares, las noticias, las encuestas y hasta las conversaciones entre amigos y conocidos coinciden en lo que hasta ahora es un dato palpable: lo débil y errático del actual gobierno del Perú. Errático porque exhibe desorientación. Su debilidad flamea ante situaciones y personas cuyo encauzamiento institucional requiere del ejercicio firme de la autoridad, de la aplicación imparcial y rigurosa de la ley y de la justicia. No obstante, esa debilidad se pretende esconder con arengas enardecidas y amenazantes; normas puntillosas que recortan las iniciativas; ofrecimientos y cabildeos que, tan pronto refulgen como titulares, muestran indiferencia hacia aquellos ciudadanos que se esmeran en trabajar, cumplir con sus obligaciones y respetar el derecho de los demás. ¡Con ellos sí que el gobierno pisa fuerte, pero a los que dañan el país los aúpan!
Un gobierno de tal jaez termina por no garantizar estabilidad jurídica; un camino medianamente delineado hacia el mañana; equidad en la oferta – con calidad y oportunidad – de los servicios públicos; vulnera la cohesión social; ahoga la vitalidad de la sociedad, sembrando barreras y trámites administrativos e ideológicos, de manera que los proyectos económicos, familiares, culturales y personales no despegan por el peso que los lastra de partida.
El gobernante de turno está montado – por la grave falencia del anterior – sobre un caballo. Desconoce el trato debido al corcel, el arte de cabalgar y hasta la ruta a seguir. ¡Espero que el caballo no claudique a mitad del recorrido, aunque no le ofrezcan agua ni pienso! La gran pregunta es: ¿qué hacer para no caer en el desánimo, en el desconcierto y en la pérdida de la identidad? Difícil entrever luz al final del túnel. Creo que nadie tiene la solución para que el Perú mude radicalmente. El cuento que propongo a continuación puede aligerar el peso.
“Un anciano que paseaba por la orilla del mar divisó a cierta distancia a un joven que parecía bailar entre la playa y la arena. Intrigado, se dijo: ‘Voy a acercarme a ese muchacho para conocer qué lo hace celebrar con tanta alegría’. Al aproximarse, notó que recogía estrellas de mar de la arena y las lanzaba de nuevo al agua. Sorprendido, le preguntó: ‘Disculpa, pero ¿por qué haces eso?’. La respuesta no se hizo esperar: ‘La marea está bajando y las estrellas están quedando atrapadas en la arena; yo las devuelvo al mar’. El anciano exclamó: ‘Pero eso no merece la pena, la playa es enorme y son demasiadas estrellas’. El joven entonces se dobló, recogió una estrella, la lanzó al mar y respondió: ‘Para esa, sí mereció la pena’”.
Incluso pasadas las próximas elecciones, nos toca mirar hacia adentro de cada uno de nosotros, de la familia, de las instituciones en las que participamos. ¿Para qué? Para recoger lo valioso de nuestra tradición y lo moderno; para consolidar los propósitos que nos animan como motores y principios de nuestras acciones. El hombre necesita saberse parte de algo, pertenecer a su familia, a su empresa, a su institución… De ese modo, creciendo, aporta a su país.
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