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Mirarse el ombligo

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Fecha Publicación: 15/06/2023 - 22:20
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“¿Cómo pensar un espacio de convergencia en un país tan fracturado?” Ese fue el tema de un conversatorio auspiciado por la Sociedad Peruana de Psicología que tuvo lugar esta semana. En teoría, convergen en las ideas políticas dos posiciones disímiles que buscan puntos de encuentro básico satisfactorio para ambos. En el caso del tal conversatorio no hay tal, pues todos los invitados y moderadores pertenecen al mismo bando.

Son caviares. Estuvieron invitados Gustavo Gorriti, Ernesto de la Jara y Rosa María Palacios, los que “dialogaron” con Jorge Bruce y Fryné Santisteban. A los organizadores no se les ocurrió que converjan voces diferentes sino, por el contrario, alentaron la política de mirarse el ombligo lo que, evidentemente, sólo podía producir un discurso de pensamiento único y políticamente correcto anclado en el “progresismo”. Con ese tipo de mirada y de actitud frente a un país fraccionado nada se puede hacer para solucionar el problema de una polarización que los propios involucrados en el conversatorio alentaron desde sus respectivas tribunas y espacios.

No existe pues por parte de los caviares ninguna vocación de enmienda y sí, más bien, el típico talante de la superioridad moral de quienes se creen dueños de la verdad y actúan en consonancia, dando recetas para la catástrofe que ellos mismos propiciaron. Hace muchos años, cuando nuestro país no estaba tan dividido, los líderes de opinión pública y diversos actores políticos nos reuníamos una vez al mes en un almuerzo de periodistas al que asistían las voces de perro, pericote y gato.

En esos espacios de confraternidad hoy impensables por exclusiva responsabilidad de los caviares, se intercambiaba información, se debatía y discutía con una copa de vino sobre lo que era y le podía esperar al Perú. Catherine Graham, la todopoderosa dueña en sus tiempos del Washington Post, hacía lo mismo en sus legendarias veladas en su mansión de DC. Aunque Graham era filo demócrata, a sus cenas asistían periodistas de todas las tendencias y políticos tanto demócratas como republicanos, así como un nutrido grupo de gente relevante de las artes, las ciencias y las letras.

Eso se llama convergencia y, por tal razón, lo que salía de la casa de la dueña del Post era convergencia. ¡Qué convergencia puede salir de un cenáculo de pretendidos sabiondos como Gorriti, De la Jara, Palacios y Bruce? Lo peor de todo es que no existe ninguna intención, pese a la catástrofe de desarticulación que vive el país, de que las reuniones convergentes entre líderes de opinión y políticos de todas las canteras vuelva a producirse.

En la derecha también se han encerrado en un gueto donde divagan los mismos de siempre. Existe pues una perversa retroalimentación de las mismas opiniones en los espacios de derecha e izquierda. Para cualquier persona inteligente y con algo de cultura resulta frustrante y penoso escuchar la misma monserga sin tener a nadie con quien discutir o debatir de forma firme pero civilizada. Esto, por supuesto, pone fin a la civilización pues acudimos a una guerra civil de ideas sin posibilidad de convergencia alguna y, lo más trágico, a una guerra civil de verdad que es el resultado de no tener ninguna conexión entre las élites que no se pueden ver ni en pintura. El pensamiento autorreferente que excluye al otro es el pot pourri de todos nuestros males.

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