Monstruos sexuales
Al buscar información sobre el tema, las noticias saltan: “En lo que va del 2023, hubo más de mil denuncias mensuales de violación contra adolescentes”, “Detienen a peruano acusado de violar a sus dos nietas en Estados Unidos”, “Bebé de 11 meses habría fallecido a causa de abuso sexual”, “Adolescentes de 12 a 17 años son la mayoría de víctimas de violencia sexual en Perú”.
Cuando el tema deja de ser jurídico para tocar los lindes del juicio político y moral, vale irse por la libre y postular la máxima condena o un debate nacional sobre la materia. Pena de muerte, Convención Americana, denuncia del tratado, tendencia abolicionista, son términos que surgen para buscar una salida que no se encontrará sin entender el problema.
Por desgracia las autoridades no tienen la respuesta, llegan cuando el delito se ha perpetrado y cuando los cientos de pedidos de auxilio quedaron en la bandeja. El esquema burocrático es rígido y lento.
El prejuicio tampoco ayuda. El abuso sexual comprendido como el acto perpetrado por el varón por ser varón no resuelve nada porque el violador lo es por su psique, no por sus hormonas. La violación ocurre como una demostración de poder, como un sometimiento dañoso, pero que no cursa culpa al responsable.
Los violadores lo volverán a hacer y muchos de ellos viven en la invisibilidad, cautelados por el silencio cómplice de la familia. Si una madre gestó una niña por violación, es fácil prever que admitir al mismo sujeto en el núcleo familiar es una temeridad, porque el violador lo es en su sustancia y siempre seguirá el patrón.
El violador tiene características que desde el derecho no se pueden analizar. Es un debate de criminalística y psicología. El violador no actúa por una satisfacción sexual, mas sí psicológica. Todos tienen decenas de opciones inocuas de goce si así fuera.
El debate no debe anclarse en lo administrativo, jurídico y policial, debe procesarse por los patrones de conducta que se deben denunciar desde el barrio, desde la familia como botón de alerta, desde la categorización pública de las características y desde los riesgos del poco cuidado frente a la presencia de terceros “amigables” en casa.
El grueso no ocurre en un paraje peligroso, desolado y sin luz, sino en aquel interior donde el menor debería sentirse más seguro. Sí sabemos a lo que nos enfrentamos, lo que falta es la decisión política.
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