Morir en el estadio
Era la procesión de María Auxiliadora del 24 de mayo de 1964. Como buen colegial salesiano, iniciaba gallardamente mi participación en dicho peregrinaje por las calles de Breña, que es hasta hoy una entrañable tradición de los hijos de Don Bosco. De pronto, alguien propala la terrible noticia: en el Estado Nacional había muerto mucha gente tras una estampida en el campo que se encontró con las puertas cerradas del recinto deportivo.
Trescientos veintiocho personas fallecidas fue el saldo oficial y centenares de heridos que murieron aplastados, asfixiados, atropellados por la multitud desesperada por escapar de los gases lacrimógenos que lanzó la Policía. El retorno, un par de horas después, de la Virgen Auxiliadora a su basílica fue imponente pero triste. Fanatismo y violencia se habían juntado sobre el césped y las graderías del José Díaz en la mayor tragedia del fútbol mundial.
Kanjuruhan Stadium, al sur de la provincia de Java Oriental, hace sólo unos días. Ha concluido el partido entre dos acérrimos rivales, el Arema FC y el Persebaya Surabaya, en la Premier League de Indonesia. Ha perdido el Arema y miles de hinchas se lanzan furiosos al campo de juego. Los 42 mil espectadores gritan o enmudecen y muchos corren a las puertas -como en Lima- para tratar de escapar. Montañas de cadáveres dan cuenta del fatal espectáculo. El balance final: 125 muertos y 323 heridos. Entre las víctimas hay dos policías.
Los camerinos se convirtieron en mortuorios. El entrenador del Arema, el chileno Javier Roca, señaló: “Lo más terrible fue cuando entraban víctimas a ser atendidas por el médico del equipo. Entraron unas veinte personas y fallecieron cuatro. Hubo aficionados que murieron en brazos de jugadores”. Algunos de ellos fueron a jugar y a sudar su camiseta y sin sospecharlo jamás, terminaron atendiendo a moribundos.
Las barras bravas indonesias agrupan a cien mil fanáticos aproximadamente. Según los reportes periodísticos, tienen una disciplina militar y están uniformados como soldados de infantería con un comandante a la cabeza. Aunque parezca mentira, cuando juegan fuera de casa, muchos de los 18 equipos de la Premier League tienen que ir a los estadios en vehículos blindados. Violencia y degradación caracterizan a una hinchada marginal concentrada en la isla de Java. En 17 años, cerca de cien personas han muerto en los estadios como resultado de esta violencia.
Con un resultado que no es 3-2, como terminó el partido, sino una cifra de muertos y otra de heridos, el fútbol dejó de ser lo que es: un deporte espectacular y una pasión compartida. Lo que pasó en el estadio de Java no es fútbol, sino una crónica policial que ya no debe registrarse más en el mundo.
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