Muchas candidaturas, un solo compromiso
Las primeras proyecciones de las elecciones presidenciales de 2021 arrojaron un resultado sorprendente: la proliferación de candidaturas generó un inusual desinterés en los electores, además de aumentar la desconfianza hacia todos los candidatos gracias a los consejos de sus asesores de marketing, pues ellos detestan que sus clientes establezcan con claridad los principales lineamientos ideológicos en los programas, prefiriendo propuestas absurdamente genéricas y edulcoradas. En ese contexto, Keiko Fujimori logró apenas un 13.4 %; Rafael López, un 11.7 %; Hernando de Soto, 11.6 %; Alberto Beingolea, 1.9 %; y Rafael Santos, 0.3 %. Entre todos no lograron superar el 40 %, y ninguno logró entusiasmar, ni mucho menos, generar una expectativa de desarrollo nacional. Por eso, Pedro Castillo obtuvo el pase a la segunda vuelta con apenas el 18.9 %, y luego la victoria electoral que casi nos condena al socialismo bolivariano de manera definitiva para varias generaciones empobrecidas de peruanos.
Desde ese momento se escribieron muchos artículos e informes reiterando la necesidad de conformar una candidatura democrática fuerte para evitar poner en riesgo, nuevamente, la democracia peruana. Sin embargo, el PPC ha sido el único partido político que, desde 2024, ha tratado de convocar a todas las agrupaciones a realizar un esfuerzo unitario, renunciando desde el inicio a imponer en las negociaciones a un candidato propio.
A pesar de las evidencias que auguran un nuevo peligro, pues las izquierdas gozarán del generoso financiamiento de la minería ilegal, del narcotráfico, de la corrupción de gobiernos regionales y de dictadores comunistas, las candidaturas de las derechas han seguido proliferando, respaldadas por un falso voluntarismo que esconde el enorme egoísmo de tentar a la suerte con el pasaporte y el pasaje a Miami en la mano, exponiendo nuevamente al Perú al desastre definitivo, a la nación de nuestros padres y abuelos a la miseria venezolana, a la carestía boliviana.
De alguna manera, las izquierdas no solo han hecho una eficiente labor. Frente a la pasividad de sucesivos gobiernos, han capturado la educación pública para garantizar que las nuevas generaciones prefieran la dádiva populista del gobernante al legítimo fruto del esfuerzo personal; dominan la administración de justicia para instrumentalizar las investigaciones a fin de desprestigiar a sus adversarios; han burocratizado la participación política, reduciéndola a trámites y requisitos; desincentivan el servicio público de los profesionales más preparados al prohibirles ejercer luego en la actividad privada, jaqueándolos, además, con las famosas incompatibilidades, reprimiendo cualquier deseo de colaborar con un Estado ineficiente y pésimamente gestionado. Los pocos valientes que entran en política constatan que, de no recitar el credo neomarxista, quedan expuestos a infinitas investigaciones fiscales y al escarnio de los medios de comunicación masivos.
Todo eso puede comenzar a cambiar en abril de 2026, si los dos candidatos que pasen a la segunda vuelta asumen el compromiso de generar un cambio profundo: la reforma de las instituciones y de la legislación a fin de liberar a nuestra sociedad del lastre ideológico que impide su desarrollo económico y político.
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