«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumple lo que deseas»
Queridos hermanos estamos ante el Domingo XX del Tiempo Ordinario. La Primera Lectura es del profeta Isaías. Nos invita a aguardar, a creer en la misericordia de Dios, que es la salvación, esa es la victoria que experimentamos todos, el perdón de nuestros pecados. Una victoria sobre nuestra impotencia de no poder amar. No hay mayor pobreza que no conocer a Dios, no experimentar su misericordia. Dice Isaías: “Los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración”. Entra dentro de ti mismo e invoca el nombre del Señor. “Porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos”.
Respondemos con el Salmo 66: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación”. Esto es lo más importante, experimentar a Dios en nuestras vidas. De esa forma el Señor rige los pueblos con rectitud y gobierna las naciones de la tierra.
La Segunda Lectura es del apóstol San Pablo a los Romanos. Empieza diciendo: “Os digo a vosotros, los gentiles: Vosotros, en otro tiempo, erais rebeldes a Dios; pero ahora, al rebelarse ellos, habéis obtenido misericordia”. San Pablo nos llama tres veces “rebeldes”. “Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos”. Es decir, que todos somos pecadores y experimentar el poder de Dios en nuestras vidas es posible.
En el Aleluya cantamos: “Jesús proclamaba el Evangelio del reino, curando las dolencias del pueblo”. La misión de Jesús es proclamar la Buena Noticia, eso significa la palabra Evangelio.
El Evangelio de este domingo es de San Mateo. Nos dice: “En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle (es decir a rezar en voz alta): —«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo»”. Nosotros somos esta mujer cananea que tiene un demonio muy malo, que es el no poder amar, que no podemos perdonar. La mujer seguía gritando (rezando en voz alta). Entonces los discípulos se le acercaron a decirle a Jesús: —«Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: —«Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel» (es decir no a los paganos). Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: —«Señor, socórreme»”. Esta es nuestra misión, pedir al Señor que nos socorra, que nos dé sentido a la vida. Quizá estás sufriendo, has perdido el trabajo, no tienes dinero, estás incomunicado con tu familia por la pandemia, no puedes perdonar. Pídele al Señor que te ayude. Esta es la oración que tenemos que hacer todos los días: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David”. Jesús le responde a la mujer: “—«No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Pero ella repuso: —«Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le respondió: —«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija”.
Hermanos, pidamos y gritemos con fe insistentemente como hacía esta mujer cananea, esta mujer pagana que gritó a Jesús. Él quiere sacarte de la esclavitud en la que te encuentras, de la rebeldía de la que habla San Pablo. Que el Señor nos bendiga con su Espíritu, gritemos a Dios que aparezca en nuestras vidas.