Mundo del ayer
En “Los enamoramientos”, Javier Marías escribe: “Cuando uno desea algo largo tiempo, resulta muy difícil dejar de desearlo, admitir o darse cuenta de que ya no lo desea o de que prefiere otra cosa. La espera nutre y potencia ese deseo, la espera es acumulativa para con lo esperado, lo solidifica y lo vuelve pétreo, y entonces nos resistimos a reconocer que hemos malgastado años aguardando una señal que cuando por fin se produce ya no nos tienta, o nos da infinita pereza acudir a su llamada tardía de la que ahora desconfiamos, quizá porque no nos conviene movernos. Uno se acostumbra a vivir pendiente de la oportunidad que no llega, en el fondo tranquilo, a salvo y pasivo, en el fondo incrédulo de que nunca vaya a presentarse. Pero ay, al mismo tiempo, nadie renuncia a la oportunidad del todo (…) se adquiere el hábito de pensar en alguien (…) no se sabe renunciar a eso de la noche a la mañana, tan larga puede ser su adherencia”.
No creo en esos enamoramientos tan personales y acaramelados como la narrativa de Jane Austin. Se aprende a sacudir lo que lastra o lo que fue luz. Creo en el amor sereno que se instituye, nunca en los sueños locos que mudan. Ningún delirio se sostiene desde un retrovisor a millas de distancia. La belleza se deshace, la percepción cambia con relación al objeto y, con Neruda, tornamos al manido “nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”.
Existe otro enamoramiento, impersonal, profundo y fundamental, es una adherencia que tampoco logramos asir porque se va: uno se engancha a su mundo del ayer, a todo aquello que lo habitaba. La frase nos recuerda al título de Stefan Zweig y nos remite a nuestra vida anterior, de situaciones que son recuerdos: unas calles, una oficina, personas, hechos... Ese amor comunal nos lleva a visitar nuestros antiguos barrios. El que me atañe, con edificios que han empequeñecido al parque frente a mi ventana y que han vuelto irreconocible al paisaje.
Muchas personas entrañables se fueron como tromba en los últimos años, meses y días. De allí “el mundo del ayer” que nos lleva a nuestras viejas oficinas, hoy santuarios cerrados e inhabitados; nos empuja a buscar lo irrecuperable de las fotografías. Somos un puente roto entre el presente y el ayer que nuestra memoria trata de retener. Abraza y venera lo que tienes.
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