MVLL internacionaliza el caos electoral peruano
Importante coincidir con Mario Vargas Llosa en que Sagasti es el promotor de Castillo, el candidato del comunismo que viene imponiendo en América Latina el Foro de Sao Paulo. Por cuestión de tiempos, tal cual usualmente suele hacer, este escriba redactó la columna de hoy, ayer por la mañana, y a medio día llegaba la noticia de lo dicho por el Nobel peruano, disertando en un foro madrileño sobre la situación latinoamericana. Ambos llegamos a una misma conclusión: Sagasti es el promotor de Pedro Castillo. Y consecuentemente, quien impulsa a que el comunismo se apodere del Perú. Sagasti, por cierto, ocupa la presidencia del país por mera delegación del mismo Congreso al cual hace pocos días amenazó con volver a sacar a sus revoltosos a las calles, “si se atreve a designar a los miembros del Tribunal Constitucional. Será incluso peor que lo ocurrido en noviembre último”. Esto le dijo a Luis Valdez, presidente de la Comisión de Constitución del Parlamento. El ocupante de palacio de gobierno amenazó pues a una autoridad del Legislativo con volver a saquear Lima por hordas bestias alentadas por su partido político. Vándalos que hace siete meses incendiaron el centro capitalino produciendo la muerte de dos personas, después usadas como pretexto para traerse abajo al entonces encargado de la presidencia Manuel Merino, nombrado por el propio Legislativo que, horas después, lo sustituiría por el traicionero Sagasti.
El régimen Sagasti –apoyado por idénticos mandos fácticos que el miserable Vizcarra- controla el poder Judicial, el Ministerio Público y el Jurado Nacional de Elecciones. Lo hace a través de la Junta Nacional de Justicia, instituida por Vizcarra a raíz del golpe de Estado que perpetró en setiembre de 2019 para clausurar el Congreso, y fabricar otro convocando a trompicones a unas precipitadas elecciones. Consecuentemente, la Justicia y el jurado electoral en el Perú son, desde entonces, manejados por el poder político. Poder del que disfruta jubilosamente Sagasti; aunque quien hoy manda acá es Gustavo Gorriti, el titiritero de dos poderes del Estado y de los sistemas de Justicia y electoral. Estos intersticios del poder fáctico peruano son la desafortunada herencia de las fobias de Vargas Llosa, impulsor del poder caviar en el Perú como excusa para desfogar sus iras contra el apellido Fujimori. Un poder que secuestró el Estado desde Toledo, se quedó relativamente al pairo durante la segunda gestión García, y retomó fuerzas con Humala, PPK, Vizcarra y Sagasti, hasta convertirse en el poder pétreo de corte vertical, autocrático y totalitario, cuyo sucedáneo –salvo milagro divino- sería el tal Castillo, hombre de paja del comunismo cubano y chavista que fomenta el Foro de Sao Paulo.
La enjundia de Vargas Llosa adquiere relevancia porque implica un reconocimiento tácito de su desliz en la metamorfosis peruana. Que de ser un país ideológicamente de centro se ha convertido en furgón de cola de los comunistas Castro, Chávez, Maduro, etc., víctima de una camorra caviar que ha derivado hacia al precipicio a una sociedad libertaria, emprendedora y geopolíticamente estratégica para la región.