Nada cambia
Una ráfaga de metralleta en el Círculo Militar de Chorrillos y otra de piedras en Juliaca bastaron para que el Congreso decidiera, por fin, deslindar con la presidenta que hasta hace poco defendía con devoción. Dina Boluarte fue vacada entre aplausos tibios y murmullos calculados. El reemplazo —el congresista José Jeri Oré, cuyo único mérito político fue haber ocupado el lugar del inhabilitado Martín Vizcarra— jura el cargo con la solemnidad de quien sabe que su mandato es más una transacción que una transición. El Perú vuelve a estrenar presidente, pero la historia, una vez más, se repite.
En teoría, el nuevo presidente debe lograr, cuando menos, conducirnos a elecciones limpias en el 2026. Por ello, es inaceptable que la representación nacional, en lugar de buscar un liderazgo intachable, haya optado por José Jeri Oré, un congresista con graves cuestionamientos. Un mandatario débil que deberá negociar para mantenerse en el poder, igual que su antecesora. Esto confirma que nuestros congresistas no deciden pensando en el país, sino en sobrevivir en las próximas elecciones.
El Congreso, con cálculo maquiavélico, ha vuelto a apostar por la memoria corta del electorado. Cree que bastará con un nuevo rostro y una banda distinta para disipar el olor a complicidad que los impregna. En los pasillos del Palacio Legislativo, los mismos operadores que ayer juraban lealtad a la presidenta, hoy negocian cuotas de poder con el nuevo mandatario. Todo cambia, en apariencia, pero el fondo permanece igual: el Estado como botín, la política como trueque.
Los peruanos no debemos permitir que la mezcla de resignación y escepticismo que nos paraliza erosione la noción misma de ciudadanía. No debemos permitir que el poder en el Perú premie la conveniencia, no la coherencia. Que nuestros gobiernos duren menos que sus promesas. Que nuestra clase política se aferre al poder antes de renunciar a él para construir un mejor país.
Debemos exigir, para liderar esta transición, un estadista que entienda que la legitimidad no se hereda ni se negocia. Que sea capaz de convocar a los mejores cuadros para formar un gabinete de políticos y profesionales íntegros y capaces de llevar adelante una agenda mínima que nos permita fortalecer la institucionalidad democrática, recuperar la confianza ciudadana y la seguridad ciudadana necesaria para retomar la senda del crecimiento. Pero, sobre todo, que nos conduzca a elecciones limpias y transparentes en el 2026.
Pero nada cambiará mientras no entendamos que la raíz del problema no está solo en los personajes, sino en el sistema que los reproduce. El Perú necesita reformas profundas como las del Estado, la electoral y la judicial, entre otras. Necesitamos instituciones que funcionen y ciudadanos que emitan votos conscientes e informados, y no se dejen distraer en su tarea de vigilancia responsable, para evitar la indignación y, en algunos casos, la furia que lleva a los ciudadanos a la frustración y el desencanto con los que convivimos.
Cuando el polvo de esta nueva crisis política se asiente, esperemos que el retrato no sea el mismo: un Congreso que negocia, un Ejecutivo que sobrevive y un pueblo que mira con desencanto. No sigamos aplaudiendo el reemplazo del actor sin cambiar el guion, sino el Perú seguirá siendo lo que ya es: un país donde todo se mueve, pero nada cambia.
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