Nadie a quien culpar…
Nadie a quien culpar sino a nosotros mismos. La mentira como método, la tolerancia frente a la corrupción y los corruptos, la “normalización” de verdaderas tragedias nacionales –disfrazadas de meros datos estadísticos– y el miedo casi patológico al cambio constituyen las cuatro principales fallas estructurales del edificio moral de los peruanos.
“Mi waiky me prestó los Rolex” (Dina Boluarte); “Mis trabajadores recolectaban firmas y usaban los recursos de la oficina del Congreso sin mi conocimiento” (Darwin Espinoza); “Me cayó mal el bacalao” (Alberto Fujimori); “Recaudamos millones gracias a unos cuantos cócteles” (Keiko Fujimori); “No es cierto que me haya vacunado en secreto” (Martín Vizcarra), etc., etc., etc. Lista corta de algunas de las mentiras más recordadas de nuestros políticos. Políticos de piel dura que sin mayor rubor – descubiertas y exhibidas las mentiras– continúan sus labores “proselitistas” como si nada, confiados en la increíble capacidad de los peruanos para tolerar la corrupción y elegir o reelegir políticos corruptos.
Un mercado laboral mayoritariamente informal, 44 por ciento de niños menores de cinco años de edad con anemia infantil, sueldos promedios que apenas cubren el costo promedio de la canasta básica familiar –es decir millones de trabajadores con cero capacidad de ahorro, el tráfico más caótico del mundo, 70 por ciento de colegios en mal estado, servicios públicos de salud paupérrimos, delincuencia desbocada, la mitad del parque automotor de la policía nacional en desuso; 24 mil millones de soles perdidos por la corrupción en obra pública, miles de proyectos de obra pública paralizados, 3.3 millones de personas sin servicios de agua potable y 6.4 millones de personas sin conexiones de alcantarillado, decenas de funcionarios públicos y autoridades electas envueltas en flagrantes actos de corrupción, etc., etc., etc.
Estos son algunos datos “estadísticos” aceptados sin rubor por las autoridades públicas y “normalizadas” por ciudadanos y medios de comunicación sin que nos mueven ni a una acción robusta de protesta ni a elegir mejores autoridades y servidores públicos cuando llega el momento de hacerlo. Y en el entretanto, nuestras respuestas son dominadas por un miedo patológico al cambio, de tal gravedad que hay quienes aceptan sin rubor la mediocridad y el desgobierno del régimen encabezado por la Sra Dina Boluarte “porque puede venir alguien peor que Pedro Castillo”.
Así, queda claro que nuestras penurias son –en su mayoría–auto infligidas, no atribuibles a terceros. Y es que –como señalé al principio de esta columna– no tenemos a nadie a quien responsabilizar por el “estado de cosas” sino a nosotros mismos. Somos nosotros quienes permanecemos impávidos frente al statu quo. Será mejor que hagamos un mes culpa colectivo y comencemos la enorme tarea de reconstruir nuestra alicaída democracia.
(*) Congresista de la República
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