Nefarious
Las películas sobre el diablo lo muestran poseyendo cuerpos para aterrarnos con palabrejas, vómitos y volteadas de cabeza. Sin Linda Blair, pero anclados en el demonio de 1973, faltaba una película que tocara el problema moral a través de una posesión y Nefarious lo hace.
Pudo haber sido un drama, pero es un thriller psicológico tenso que transcurre en la sala de una prisión que nos toca por el turbador sermón del protagonista, de por sí una de las actuaciones más destacadas en años, la de Sean Patrick Flanery (digno del Óscar, pero olvídense), quien representa a un condenado a muerte que fluctúa entre el espantado Edward (el poseído) y el perspicaz demonio, que, en diálogo con James, un psiquiatra ateo, busca echar por tierra muchas de las creencias que damos por ciertas para sentirnos a salvo.
No la vi sabiéndola película cristiana, lo supe después; por tanto, la asumí como una disidencia laica frente al establishment del streaming. Quizás lo hubiera preferido así para alejarla del sermoneo y del dogma que trata de ganar convicciones. Algunos la elogian como un extraordinario tratado de teología, pues en el veloz flujo de palabras de aquel diablo, prevalece el temor por lo que arguye sobre el mal, ese supuesto mal que normalizamos a diario en un disciplinado trabajo de condenación. ¿Y la libertad? ¿Y la razón?
“Antes de que salgas hoy de aquí habrás cometido tres asesinatos”, dice Nefarious. -Eso no ocurrirá –responde James, que lo podría salvar de la silla eléctrica si demuestra la locura de Edward. “El mal está en todas partes y a nadie le importa”. Se refiere al aborto, la eutanasia y la pena de muerte, pero para argumentar sobre tales temas prefiero frases racionales, sin la sombra del miedo.
Llama “carpintero” a Jesús, y manipula a James de una manera tan sutil que manipula también al espectador; lo que, precisamente, criticamos de Hollywood. Nefarious expone el largo y complejo plan para convertirnos en sus esclavos, tan siniestro que asumimos que el infierno se compra en pequeñas letras.
El mal residiría en eliminar a Dios divinizando al hombre, ese hombre que se permite, a su vez, relativizarlo todo. En religionenlibertad.com se dice de los percances previos del filme, como si una fuerza maligna hubiera tratado de impedir su realización. Quizás lo mejor es que trata de un dardo para pegarle al Hollywood “corrompido y moralizador” que llamaba a una respuesta.
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