Ni serranos resentidos ni herederos de clase alta
Érase una vez, en una vieja banca decolorada de Lurín, un hombre sencillo que usaba una camiseta de algún equipo de fútbol europeo. Sostenía una conversación pausada con una mujer sencilla como él. En esos segundos de atención que tuvimos, saltó una frase universal que hace la diferencia entre aquellos que no logran cumplir su palabra o sus objetivos y aquellos que generan un impacto: “el que quiere, puede, lo hace”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase? ¿Es verdad que el querer es poder? ¿Nuestros deseos y metas pueden darnos la suficiente fortaleza para saltar nuestras limitaciones? ¿Qué sucede cuando esas limitaciones son generadas por nosotros mismos?
Ni serranos resentidos, ni herederos de clase alta con inservibles sentimientos de pena ante los pobres; ni mucho menos viejos políticos cuya vida se basa en vivir del Estado y la política. Todo microempresario, pequeño empresario, empresario y emprendedor sabe que el camino para lograr el éxito está plagado de obstáculos; algunos difíciles, muy difíciles y otros sencillos. La vida de una persona que busca el éxito empresarial está adornada de mucha persistencia, coraje, sangre fría, respiración profunda, frustración y satisfacción. Seré mucho más sincera en esta columna, que cumple dos años: es vergonzoso y desubicado que algunos trabajadores intenten compararse con un empresario; y en muchos casos, criticarlos. El empresario, al principio de la carrera, trabaja doce horas diarias por un objetivo. No existen vacaciones, no existe horario de salida, ni gratificaciones ni CTS. El empresario o emprendedor arriesga mucho para alcanzar la libertad que solo te la da el trabajo duro.
Ese es el perfil del futuro presidente de nuestro turístico y desordenado país. El que quiere puede, señores. Y en la mente de un emprendedor, en el subconsciente de un empresario exitoso; incluso en la mente de aquellos que han perdido en el intento de lograr el éxito, está viva y firme dicha frase. Solo un empresario que se hizo con base en mucho esfuerzo, trabajo, estrategia, mentalidad de persistencia, tiene la fortaleza mental y emocional de entender lo que este país necesita. Solo ellos pueden administrar este país y hacer que produzca. Los empresarios generan riqueza, generan el movimiento social y económico que permite que en nuestras periferias —conocidas como los “conos”— se generen puntos de consumo, recreación, entretenimiento, salud, educación y todo lo que sea compatible con servicios y productos.
¿Qué necesitan las personas? ¿Mejores políticos, funcionarios públicos, aprender a votar o informarse mejor? No. Las personas necesitan dinero en sus bolsillos y enseñarles cómo invertirlo para que puedan escalar en la sociedad. El dilema de nuestra patria no es el sistema; ese dilema podrido son las personas que manejan ese sistema. Un mayor poder adquisitivo dará a las personas la capacidad de adquirir mejores bienes y servicios. Un empresario hecho con esfuerzo tiene la capacidad moral para decirle a otro peruano, sin aspavientos, cómo invertir su dinero, cómo gastarlo y en qué. ¿Podemos educar a nuestra sociedad? Sí. Cuando se trata de dinero y gastos, todos paran las orejas.
El próximo presidente de nuestro hermoso país deberá tener ese perfil: directo, exitoso, empresario, que sabe cómo hacer las cosas y lo enseña. A él nadie podrá decirle cómo administrar el sistema, porque él o ella nadaron en el sistema, se enfrentaron a él y a las personas que lo manejan y vencieron. Ni serranos resentidos ni herederos de la high society con inservibles pensamientos de pena por los pobres. A los pobres vamos a ponerlos a trabajar. Es la única manera.
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