Ni vacancia ni disolución
Las marchas le han arrebatado limpiamente a la izquierda el monopolio de la calle por primera vez en los últimos 40 años.
Este es un logro tan fundamental en sí mismo que resulta un error atar las marchas al objetivo de lograr una tercera vacancia de la Presidencia.
Por fin se comprende hoy que sería un gravísimo error remover inconstitucionalmente al presidente mediante un golpe de la calle.
Pero es una sátira amarga que, habiendo vacado la Presidencia ya dos veces en los últimos cinco años, no se entienda que eso no ha servido para corregir ni uno solo de los males del país y que hayamos descendido cada vez un peldaño más en dirección a un peor estado de cosas.
Castillo está en el gobierno, no en el poder. Cerrón se las arregla para recuperar espacios cada vez que Castillo echa del gabinete a uno de sus hombres-cuota. Si de desestabilizar se tratara, la censura ministerial sería el objetivo político factible del Congreso. Pero no basta con desestabilizar por desestabilizar. La oposición debería haber entendido cinco años atrás que el pueblo no acepta una discusión bizantina cuando el hambre está en las puertas.
Los tres movimientos políticos actuales: la izquierda, el liberalismo y la derecha -de partidos ni hablemos- comparten el mismo defecto. Por su total incapacidad autocrítica, ninguno tiene nada que proponer.
La izquierda empuja por enésima vez su rancia revolución, esta vez desde el gobierno, sin ser capaz de preguntarse siquiera por qué esta desemboca una y otra vez en la misma pesadilla.
La derecha plantea un listado de lavandería inorgánico para volver al estado de cosas anterior a este desastre, como si eso fuera aceptable como programa.
El liberalismo repite que el mercado resuelve sus fallas por sí mismo ante el fracaso de los organismos reguladores constitucionalmente empoderados para defender al ciudadano no solo ante la empresa privada sino ante el Estado. El mercado falló porque las reguladoras fallaron, ya sea por debilidad o complicidad con el mercantilismo público-privado. Contradiciendo la esencia misma del liberalismo, ninguno de los centros privados del pensamiento liberal dijo nada.
Y ahora, como toda respuesta al intento de vacar por tercera vez la Presidencia, el gobierno amenaza al Congreso con disolverlo con el viejo truco de la “negación fáctica”.
El conflicto de poderes se ha vuelto exasperante porque ya nadie escucha al otro y solo repite a gritos como un mantra su propia media verdad, su mentira. Ambos lados esgrimen su bala de plata en una guerra de trincheras en la que ya nada se mueve. Comienzan a comprender que, como en toda guerra fría, no habrá un ganador sino dos perdedores.
¿Qué va a pasar, entonces, pregunta el ciudadano? No va a pasar nada, es la respuesta. No habrá vacancia de la Presidencia ni disolución del Congreso.
La única salida de este entrampamiento es una tregua que permita una convivencia lo inmediato hasta que sea posible el salto cualitativo que permita escapar de la mala trampa de nuestra democracia de baja gobernabilidad.
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