ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

No al abuso de poder

Imagen
Fecha Publicación: 08/11/2019 - 21:50
Escucha esta nota

Lo vemos a diario en la calle, en la escuela, en el centro de trabajo y hasta en el hogar. En todo lugar y en cualquier circunstancia. El abuso del poder o mal uso del poder es una constante en nuestras vidas y en nuestras conductas. Tratamos de imponer nuestros puntos de vista y hasta nuestras ideas, mediante el mal uso del poder, muchas veces. No hay respeto por la persona humana ni la dignidad de ella. Lo que se busca es conseguir a toda costa imponer la nuestra, buscar el empoderamiento personal, aun pisoteando honras ajenas. Es una conducta de estos tempos, muy marcados por el liberalismo en las ideas, y el mercado donde todo lo puede el más fuerte.

La televisión nos muestra, de manera permanente, estas malas prácticas conductuales que, por la frecuencia y rutina, ya pasan desapercibidas, convertidas como naturales en nuestras relaciones humanas. Este mal hábito genera, a su vez, modos de comunicación singulares que van desde el mandato verbal explícito, hasta la sola mirada o movimiento gestual de quien abusa contra la persona abusada o dominada. Cualquiera sea el contexto, quien detenta el poder, sea porque es el jefe jerárquico, es el más fuerte o el más alto, tiende a someter a quien o quienes están en otras condiciones de inferioridad o vulnerabilidad, sólo para conseguir sus objetivos.

Nos corresponde a los padres de familia, maestros o personas con valores, corregir estas inconductas que dañan no sólo las relaciones entre personas, sino al complicado tejido social del que formamos parte. No es bueno legitimar el abuso y menos perpetuarlo. Por el contrario, hay que denunciarlo en cuanto él se dé, porque así estaremos previniendo la existencia del abuso como conducta social, para evitarlo. En todo ello importa mucho la escala de valores que sepamos cultivar, desde muy pequeños, a nuestros futuros ciudadanos.

¿Por qué nuestra sociedad se ha tornado violenta, intolerante y agresiva?, nos preguntamos El terrorismo del pasado nos dejó una secuela de muerte y destrucción y de violencia como mecanismo de autodefensa. Y porque no hemos sido capaces de digerir esa amarga experiencia, haciendo del diálogo, la tolerancia y el respeto por la dignidad humana, nuestras mejores armas de persuasión y convencimiento. Estamos pasando por una crisis severa en la vida política debido a esa carencia de diálogo y tolerancia entre nuestros principales líderes políticos. Los desencuentros y la sinrazón han sustituido a la saludable convivencia democrática en la sociedad.

¿Qué observan nuestros niños? Violencia verbal, agresividad, discusiones a viva voz de manera permanente. ¿Es eso saludable para el país? Indudablemente que no. Esta situación de violencia se ve reflejada en nuestra vida cotidiana y los medios de comunicación la transmiten con relativa frecuencia, produciendo grave daño en la formación de sus valores éticos y formativos. En este contexto, las amenazas, sean físicas o verbales, y la violencia se manifiestan también de modo permanente, convirtiendo estas deformaciones conductuales en prácticas casi de rutina y normales, lo cual se torna dañino por donde se mire.

Y cuando el abuso se manifiesta, en el seno del hogar, entre parejas, empoderando al más fuerte y convirtiendo al más vulnerable en una persona sumisa al otro, es aún más tóxica la relación. Es a lo que no deberíamos llegar nunca. Es frecuente hablar, en estos tiempos, de la violencia de género, que en su lado más extremo y perverso, se convierte, muchas veces, en feminicidio. Y este hecho patológico, lamentablemente, va en aumento en nuestra sociedad, sin que las autoridades puedan hacer algo para evitarlo y nosotros tengamos que ver, impotentes, las escenas de dolor a diario.

Es hora de seguir reflexionando sobre esta realidad. No debemos seguir alimentando ni el abuso, ni la injusticia, ni la discriminación como formas de conducta sociales. No es saludable ni se condice con una sociedad democrática y libre que es la que aspiramos para nuestros hijos.

Juez Supremo