“No amo a mi patria…”
En un poema de José Emilio Pacheco, que muchos escolares mexicanos saben de memoria, se lee: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto/ es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida/ por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas/ y tres o cuatro ríos”.
Cada quien tiene la querencia de su patria. Por eso Rilke decía que la infancia es la verdadera patria de los hombres. Los rostros que uno ama, los ancestros, la tierra que ha pisado sabiéndola que es suya, los lugares del triunfo y la derrota, los monumentos inmortales. Y también, por cierto, el cielo color panza de burro, las quebradas del desolado camino en el que yacen tantos muertos, los bosques que se queman, la sensación permanente de estar en otro lado de la historia, la frustración de siglos, la ignominia, el futuro sin nada o casi nada.
Ese espacio vital ocupado por lo nuestro se une al espacio vital ocupado por un patrimonio que es de todos: lo mío, lo tuyo, lo nuestro: esa es la patria. La patria es el abuelo, el padre arando el surco y la ancha vida, la mujer que reclama sus derechos, el niño y su abecedario del mañana, las muchedumbres hacendosas. Pero también el padre que se marcha, la mujer dominada y abusada, el niño del color de la anemia y la ignorancia, las multitudes rabiosas con sentido, el cielo gris arriba, el suelo gris abajo, los pueblitos con hambre, las postas sin salud, el azul incomparable de la sierra, el gris incomparable de la costa, el verde maculado de la selva.
De esa fusión emerge nuestra patria. Amada y añorada, se expande por el pecho y por la sangre. Se siembra en nuestra casa, en la oficina, en el caos del tráfico y, a la vez, en el pedregal que separa un pueblo de otro pueblo. La patria es la promesa al empezar el día y lo que queda de esa promesa en lo profundo de la noche. La patria son los hijos, pero tal vez ya no los hijos de sus hijos porque se fueron con su mitad de patria a otros lugares. La patria es lo que regresa a cada rato sin que nos demos cuenta, un latido como un puñal en la tarde de Arkansas o Bruselas.
La patria es la promesa de ese espacio hierático. Tantas veces hecha e incumplida. Tantas veces negada. La patria es lo que queremos ser, lo que hemos sido, lo que ya no podemos ser, lo que seremos al fin y al cabo, los verbos del pasado, los del presente, los del futuro, revueltos todos, fugitivos, inmóviles, en el curso del tiempo para siempre.
Como ha escrito Borges de su ciudad: “No nos une el amor, sino el espanto/ será por eso que la quiero tanto”.
Jorge.alania@gmail.com
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