No hay acuerdo hasta que haya un acuerdo
La cumbre entre Donald Trump y Vladímir Putin en Alaska se origina tras la advertencia de Trump, amenazando con un plazo de diez días para aceptar un alto el fuego en Ucrania o afrontar nuevas sanciones económicas. El ultimátum buscaba presionar y mostrar liderazgo, pero analistas afirman que Putin no se sintió intimidado: para él la guerra es un conflicto existencial sin margen para concesiones. La reunión le ofrecía la oportunidad para proponer términos inaceptables, culpar a Zelensky, mientras sortea las sanciones mediante alianzas con Asia y el Sur Global.
La guerra en Ucrania enfrenta su cuarto año, con un frente que oscila entre avances tácticos rusos y contraofensivas ucranianas limitadas. Rusia mantiene gran parte de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, fortificando posiciones y ataques a infraestructura energética. Ucrania ha recuperado algunas localidades en el sur y presiona a Crimea con misiles de largo alcance, pero padece escasez de munición y fatiga en sus tropas. Las estimaciones hablan de cientos de miles de bajas acumuladas en ambos bandos, sin mayores cambios en las líneas de contacto.
La posición de Volodímir Zelensky frente a cualquier negociación exige garantías de seguridad, retirada de tropas rusas y compromisos firmes de defensa. Una reunión bilateral Estados Unidos–Rusia sin su presencia corre el riesgo de reducir a Ucrania a mero objeto negociador. Kiev ha reiterado que no aceptará un alto el fuego que consolide líneas actuales de ocupación.
La economía rusa, frágil y dominada por grandes empresas estatales, depende del petróleo y el gas, con ventas a China, India y Turquía que compensan parcialmente la caída de ingresos y aislamiento tecnológico. El rublo fluctúa, la inflación se contiene con gasto militar y la fuga de capital humano limita proyecciones de largo plazo. La alianza con Irán, Corea del Norte, Cuba, Venezuela, parte de África y su vínculo estratégico con Pekín garantizan mercados y suministros.
La reunión en la base militar de Anchorage tuvo un guion calculado, con elogios mutuos. Trump resumió el espíritu del encuentro con la frase: “no hay acuerdo hasta que haya un acuerdo”, añadiendo que contactará a la OTAN y a Kiev. El despliegue incluyó bombarderos B-2, guiño a las capacidades estratégicas norteamericanas, en un escenario cuidadosamente elegido.
Alaska, antiguo territorio ruso, fue cedido por el zar Alejandro II en 1867 tras la derrota en la Guerra de Crimea de 1855, para consolidar fronteras defendibles. Este escenario ofrecía neutralidad relativa, proximidad geográfica y seguridad jurídica para Putin, impedido de sobrevolar o visitar 123 países donde pesa una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra.
La reunión dejó escasos resultados, sin compromisos formales, hojas de ruta o concesiones visibles. Pero un cara a cara entre líderes que representan polos opuestos constituye un acercamiento político que envía señales a la OTAN, la UE y China sobre canales directos de comunicación. Aunque las grandes decisiones en Ucrania parecen depender de Moscú y Washington, incomodando a Europa.
El futuro dependerá de tres variables: conversaciones de Trump con la OTAN para definir la postura aliada; intercambios con Zelensky, presionando sin romper la unidad; y la reacción de la UE para no quedar marginada. Alaska resultó ser un escenario diplomático de alto simbolismo, pero escaso contenido, con potencial para modificar el curso de la guerra, si se alinean las condiciones.
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