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No juguemos con el vóley

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Fecha Publicación: 27/08/2024 - 20:30
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El caso del vóley femenino en nuestro país, podríamos decir sin rodeos, es único en el mundo. No tiene similitud con ninguna otra expresión deportiva y para más detalles, no se repite esa fiebre de la afición que lo sigue mañana tarde y noche, incluso en el caso de un mundial sub 17 que en otras latitudes no generaría ningún entusiasmo, ni largas colas, ni sintonías de locura.
Si acaso fuera el vóley masculino, que por largo trecho es el preferido por las grandes multitudes en todas partes, estaríamos frente a un caso distinto por cuanto tratándose de un espectáculo inigualable, como ya lo hemos reseñado en anteriores comentarios, el arrastre es inmensamente mayor. Y no sólo ello, es también el que asoma con mucha más incidencia si se trata de la cobertura televisiva.
Pero el vóley femenino en el Perú tiene un nicho formidable. Que no puede ser puesto en duda y que merece toda la simpatía de su público, se juegue en la capital, en Chosica, en las provincias más renombradas o acaso en las canchas más desprotegidas y polvorientas, sea un mundial, o un torneo de liga o quizás en hasta una competencia apenas promocional.
A propósito de la palabrita que tanto hoy se usa. Es el legado de nuestras brillantes jugadoras que desde hace varias décadas han hecho del deporte de la “net alta”, un espectáculo que nadie se quiere perder, que nadie deja de admirar porque se trata de un deporte nacional, capaz de unir al país detrás de un triunfo lleno de jolgorio y alegría, que nos hace vivir una felicidad inmensa, incluso si no llegamos a la cumbre.
De allí entonces que nuestra dirigencia a ojos cerrados toma la posta que le encargan las autoridades internacionales, porque no dudamos y somos capaces de organizar todo tipo de torneos, sin mirar su trascendencia al estar convencidos que la afición responde, que ese público muere por el vóley.
Lo que ha sucedido hace poco con el Mundial sub 17 rama femenina es una demostración flagrante de lo que estamos describiendo y no tenemos duda alguna de repetir, cuantas veces sea necesario, que el Perú exhiba su más genuina identidad cuando el vóley se pone frente a nuestros ojos.
Como no recordar cuantísimas jornadas, extensas y agotadoras, hasta años atrás en la Bombonera del Estadio Nacional, en los bajos de la tribuna norte del Estadio Nacional, cuando en algún domingo y en pleno clásico jugándose en el mismo horario, la afición pugnaba por ingresar a sus diminutas instalaciones y seguir cada mate porque allí estaba el deporte colectivo más exitoso del país.
Esa historia no se puede perder, ni se perderá, por cierto, pero es hora de llamar a reflexión. Mientras las chiquillas se sacaban el alma en el Dibós Dammert, en Méjico la selección mayores volvía a sufrir una estrepitosa caída, otra vez ante Chile, ahora en la Copa Panamericana, sufriendo en menos de 10 meses dos dolorosas derrotas con las chilenas que han tomado muy en serio derrumbar al vóley peruano.
Además el certamen azteca nos mandó a un décimo deshonroso lugar.
De eso poco o nada se ha dicho por el mundial sub 17, que parece nos ha enceguecido por su mensaje de esperanzas y aliento. Pero atento con lo que tenemos hoy como un pasivo que nos alarma. No podemos seguir camino al hoyo. La FPV está en la necesidad de reaccionar y a la brevedad antes que sea muy tarde.
Echar por la borda lo que esas manos morenas nos entregaron durante seis décadas no es poca cosa. Sería un pecado de proporciones. No borremos la historia de un plumazo. Queremos que la gente siga al pie del deporte líder el Perú.

Por Bruno Espósito

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