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“No puedo respirar…”

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Fecha Publicación: 09/06/2020 - 20:40
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Una exclamación conmueve al mundo en estos dramáticos momentos: “No puedo respirar…”. Desde el silencio casi sepulcral de los hospitales y, en muchos casos, de las mismas casas de los infectados, un hombre o una mujer abatidos por el Covid-19, le dice a sus más allegados o a los médicos y enfermeras de turno: “No puedo respirar…”. Es tal vez uno de los síntomas más graves del mal que, convertido en pandemia” está cambiando los usos y costumbres del planeta. Esa dificultad será paliada con oxígeno o con un ventilador mecánico, como último recurso, ante la inflamación que en esas instancias no puede ser fatal.

Pero no sólo los pacientes del Covid-19 en su etapa crítica claman así. En el vecindario de Powderhorn, en la ciudad de Mineápolis, Minesota, Estados Unidos( y luego en casi todos los estados de aquel país en numerosas marchas de solidaridad y de protesta)se escucha aún el clamor: “No puedo respirar…”. En la parte posterior de un auto de la policía local, junto a una de las llantas y en el suelo, yace un hombre afroamericano sobre cuyo cuello un policía blanco presiona su rodilla. “No puedo respirar…” clama George Floyd antes de perder la vida. El eco de ese grito desgarrador y moribundo se escucha en marchas coreado por la doliente multitud, que expresa su condena al racismo evidente que ha significado este abuso.

Sin embargo, esos peruanos de toda edad y condición, pero sobre todo adultos mayores y gente de pocos recursos, no solamente no pueden respirar por un virus que llegó hace algunos meses a quedarse, acaso para siempre en nuestras tierras, sino por el descuido fatal e imperdonable de la salud pública en las últimas décadas. No podemos respirar por la incuria, por la indiferencia, por la corrupción que ha puesto a todo nuestro sistema sanitario al borde del colapso o en el colapso mismo. No podemos respirar porque cualquier cosa es más importante que la salud pública y porque sólo ante la amenaza flagrante hacemos algo y mal. Porque la inacción frente a los grandes temas de la vida colectiva es una tradición en el Perú contemporáneo. ¿Exageración? ¿Melodrama? Vaya usted al pabellón de los cuidados paliativos del abarrotado hospital Loayza. Allí verá a los enfermos desahuciados del Covid-19, a los que esperan la muerte porque ya la vida se despidió de ellos.

La desigualdad, la discriminación, los abusos y las indiferencias nos matan y no nos damos cuenta. Vivimos con la mitad del aire que necesitamos y no nos damos cuenta. Tal vez si sólo debiéramos darnos cuenta que lo demás vendría por añadidura. Nos dicen y nos llaman. Desde hace décadas nos llaman: Gonzáles Prada nos llama. Grau, Bolognesi, los que defendieron Lima nos llaman. Carlos Oquendo de Amat nos llama. Y Vallejo: en Los Nueve Monstruos nos llama y nos convoca:

“¡Cómo, hermanos humanos/no deciros que ya no puedo y ya no puedo /con tanto cajón”(los muertos del Covid-19) /”tanto minuto” -el tiempo que perdimos, que perdemos- /”tanta lagartija”- los ladrones de ahora y siempre-/ “y tanta inversión”- la que han dictado los mercados y no las necesidades de la gente- “tanto lejos /y tanta sed de sed!”.