“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”
Queridos hermanos, hoy celebramos el V Domingo del Tiempo Ordinario, y la liturgia nos invita a reflexionar sobre la llamada de Dios, su misericordia y nuestra respuesta como discípulos suyos.
La primera lectura, del profeta Isaías, nos presenta una visión celestial: “Vi al Señor sentado en un trono excelso, y Ángeles cantaban: ‘Santo, santo, santo, Dios del universo’”. En medio de esta experiencia, Isaías se reconoce pequeño y pecador, diciendo: “¡Ay de mí, estoy perdido! Tengo los labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios impuros”.
Sin embargo, Dios no lo rechaza. En lugar de ello, purifica sus labios y le hace una llamada: “¿A quién enviaré?”. Isaías responde: “Aquí estoy, Señor, envíame”. Este pasaje nos recuerda que el Señor no nos elige por ser perfectos, sino porque, incluso en nuestra debilidad, podemos ser instrumentos de su amor.
Ante esta llamada, respondemos con el Salmo 137: “Delante de los ángeles cantaré para ti, Señor, porque escuchaste las palabras de mi boca”. El salmista nos anima a confiar en la misericordia eterna de Dios y a alabarlo incluso en medio de nuestras luchas y debilidades.
En la segunda lectura, de la Primera Carta a los Corintios, San Pablo nos comparte el corazón de nuestra fe: “Les transmití en primer lugar lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día”.
San Pablo nos recuerda que este mensaje no es una idea abstracta, sino una verdad que se ha manifestado en hechos reales: “Cristo resucitado se apareció a Pedro, a los Doce y a más de quinientos hermanos”. Pablo, quien en otro tiempo fue perseguidor de la Iglesia, se reconoce “el más pequeño de los apóstoles”, y aun así Dios lo llamó. Esto nos enseña que, aunque seamos indignos, la gracia de Dios nos transforma y nos da la misión de anunciar el Evangelio.
Finalmente, el Evangelio según San Lucas nos narra el llamado de los primeros discípulos. Jesús está rodeado de una multitud y se encuentra con los pescadores, entre ellos Simón Pedro, quienes están lavando sus redes tras una noche infructuosa de pesca. Jesús le dice a Pedro: “Lleva la barca mar adentro y echa las redes para pescar”.
Pedro, cansado y sin esperanza, responde: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada, pero en tu palabra echaré las redes”. Este acto de confianza en Jesús da como resultado una pesca milagrosa, con tal cantidad de peces que las redes casi se rompen.
Ante este signo, Pedro cae de rodillas y le dice: “Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador”. Pero Jesús, lejos de apartarse, lo llama: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
Hermanos, este Evangelio nos enseña que nuestra misión no depende de nuestras fuerzas, sino de nuestra confianza en Dios. Pedro no logró nada por sus propios medios, pero cuando se fiaron de la palabra de Jesús, los discípulos vieron la abundancia. De igual manera, cuando nos dejamos guiar por el Señor, Él multiplica nuestras acciones y nos convierte en instrumentos para llevar su amor a los demás.
Hoy, el Señor también nos hace esta pregunta: “¿A quién enviaré?”. Como Isaías, podemos decir: “Aquí estoy, Señor, envíame”, a pesar de nuestras imperfecciones y debilidades.
Que este mensaje llegue a tu corazón y te anime a transmitirlo en tu vida diaria. Que el Espíritu Santo esté contigo, fortaleciendo tu fe y guiándote en el camino del discipulado.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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