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Noche de luna en la quebrada de Viseca

Fecha Publicación: 19/01/2024 - 20:50
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Las noches de luna en la quebrada de Viseca no alumbran, iluminan, con su brillo encantan, son duraderas, trascienden a la propia noche y se quedan ahí para siempre; son noches que se impregnan en la sonrisa de los niños, en la mirada de los macctas y de las pasñas y en el sueño de todo aquel que al cruzar el río llega a Viseca. Son noches producto de una gran ceremonia entre los Apus y la luna, quienes en absoluto secreto buscaron y encontraron el tono de su especial color, ese único e irrepetible color del que se puede disfrutar solamente en esa quebradita.
Así se entiende el grito triunfal con el que inicia el tayta José María Arguedas su hermoso cuento “Warma Kuyay”.

Él resume con esa frase lo maravillado que se siente en ese edén. Solo así se explica que el niño Ernesto vea a Justinacha como una torcaza. Para los niños de los pueblos del Ande el ave más noble y hermosa es la torcaza. Las torcazas encandilan con sus diminutos ojos y sus plumas son suaves tapices para embebecerse tocándolas; verlas volar es el mayor y mejor deleite; a ellas se les escribe canciones, para ellas tocó también el charanguero Juliucha Peñafiel, las bellas melodías que armonizaban mientras levantaban vuelo; de ellas se aprende a cuidar la paja del nido, a despegar incluso entre las tinieblas y a cuidarse de las aves de rapiña. Las noches de luna también te hacen ver, en otra dimensión, los maltratos que le asentaba su madrastra al niño Ernesto; los maltratos de don Froilán infligidos a los otros niños y a la gente de la hacienda. Te hacen sentir el dolor y ver la tragedia que otros no quieren ver e intentan tapar, tratan de hacernos creer que esas noches de luna son de mentira. Pero las noches de luna de la quebrada de Viseca, también le señalaron el camino que debía seguir nuestro tayta Arguedas. Él llevaba en mente, no un pedacito sino la luna completa que lo alumbraba por donde transitaba. La luna incluso opuso resistencia ese fatal dieciocho de enero, seguro que lloró, se quebró. Desde entonces, como por mandato de los Apus, las noches de luna en Viseca toman un brillo especial en sus ojos llorosos, vencen a las noches y brillan eternamente en cada quebrada, porque en cada una de ellas siempre habrá un niño como el niño Ernesto.

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