Nuestra decadente clase política
La involución de nuestra clase política no tiene parangón. El muestrario que exhibe en cada elección, presentando a sus mejores exponentes para postular a la presidencia de la República, es claramente de lástima. Aunque si entramos a indagar en el cartel de postulantes al Congreso, pues no hacen faltan comentarios. Hablamos de una suerte de pozo séptico de vergüenza.
No es tema de ahora. Esto viene de atrás. Comenzó con el golpe militar socialista de Velasco Alvarado, cuando Leonidas Rodríguez Figueroa, un militar del Ejercito con la cabeza amoblada por Fidel Castro inventó un espolón de proa del comunismo llamado Sinamos, nombre que engendra tendencias atrabiliarias pues la sigla significa Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social que, en lenguaje castrense, es “militalizar” a la sociedad. Vale decir, un mecanismo construido para manipular a los ciudadanos a través de las fuerzas armadas, tal cual ocurría en esos momentos en Cuba. Ideólogo de este siniestro operativo fue Carlos Delgado, un socialista convertido en eminencia gris de los llamados “coroneles rojos”, cuando se produjo el golpe del 3 de octubre de 1968, quienes luego ascenderían a generales liderados por Rodríguez Figueroa, junto con otro afiebrado, como él, apellidado Fernández Maldonado. La movilización social del pueblo la ejercería el propio Sinamos –los militares termocéfalos– prescindiendo de los partidos políticos. Ahí empezó el final de estos frentes de representación popular que, durante gran parte de nuestra entonces sesquicentenaria independencia, habían cumplido un rol fundamental como válidos delegados de Juan Pueblo. Años más tarde Fujimori daría un paso más, desacreditándolos al fundar sistemáticamente uno y otro partido para cada ocasión. Por ultimo, Vizcarra les dio un puntillazo banalizando a los auténticos partidos, al incitar el uso de una etiqueta tras otra bajo el título “partido político”, apelando a que estaban inscritas en el Jurado gracias a triquiñuelas. Aunque exclusivamente se trata de nombres modificados, que los piratas de la politiquería los utilizan como vientre de alquiler.
Semejante blitzkrieg antipartidos ha terminado vulgarizando la formación de cuadros de ciudadanos, como teníamos antiguamente, preparados bajo criterios ideológicos propios, aparte de políticamente forjados para canalizar sus principios hacia las bases a través de doctrinas, enseñanzas y capacitaciones. Desde la oratoria a la empatía, indispensables para entusiasmar al partidismo. Ahora los partidos no son tales. Son, repetimos, etiquetas con un valor apenas implícito, consistente en estar reconocidos como tales por las autoridades electorales. Pero esto únicamente ha producido una gran deformación en la actividad política. Hoy cualquier títere con cabeza se autoerige en político. La mayor parte de las veces sin siquiera saber hablar ni escribir. Otra de las aberraciones de esta “democracia”, es el uso y costumbre de prácticas nefastas, como la que admite que el más analfabeto de los analfabetos postule para presidente de la República, para Congresista de la Nación, para ministro de Estado. Vale decir, para ocupar los puestos que, se supone, sólo deben ocupar los hijos más capacitados de este pueblo.
Al final del día esta degradación de la actividad política ha acabado arruinando al país.