Nuestras memorias
La memoria oficial es tan soberbia como la verdad oficial, unívoca; pero no hay memoria, sino una representación mental del pasado, que es, a la vez, la conjugación de muchas memorias. Las cosas no son como las vemos, sino como las percibimos. Sin entrar a la fenomenología de Husserl o al “fenómeno” (lo que aparece) o “noúmeno” (lo que es), vamos por algo sencillo.
En Rashomon, Akira Kurosawa nos muestra a un leñador (testigo), un religioso y un viajante debatiendo sobre el juicio al asesino de un señor feudal. Lo singular es que las historias que cuentan son breves narraciones desde los puntos de vista de los personajes vinculados al crimen: el asesino, la viuda y dentro de lo fantástico un médium que habla por la víctima, también el testigo. Fue un solo hecho, pero queda la sensación de que fueron varios. Uno no sabe con cuál historia quedarse. La memoria depende de la percepción en el momento que se dieron las cosas, mas el tiempo las deforma.
En Ciudadano Kane (Orson Welles), todos parecen tener un concepto diferente del protagonista, con lo que no es claro con cuál nos quedamos. Ni siquiera mi memoria es oficial, puedo recordar mi infancia, probablemente recordada o interpretada de otra manera por los demás. A los quince años quedaba relativamente clara la niñez, pero conforme se sube desde los veinte, se suman solo los eventos más o menos traumáticos que para bien o para mal es lo que queda de nuestra historia.
Algunos sustos o sufrimientos familiares, las celebraciones y escenas importantes quedan aisladas sin ninguna línea secuencial. Así, la memoria es finalmente lo que creemos de ella, la de los buenos o malos amores, las de dichas o desdichas fugaces y lo que creíamos entonces de nosotros mismos y del mundo.
Hace unos años encontré un viejo cuaderno con acontecimientos diarios e impresiones adolescentes, hui casi quemando sus páginas, crispado porque en el camino nos encontramos y nos desencontramos, pero nunca somos los mismos, nos quedamos solos. Desde Hegel a Heráclito y desde la dialéctica no hay forma de definirnos en una constante, menos aún de definir la memoria de una nación. En ocasiones la memoria tampoco sirve para reconciliarnos, sino para vivir advertidos y alertas de quien nos dañó. Solo hay un elemento único e inamovible y es el mar, arquetipo de la memoria, que nos sobrevive y nos prevalece.
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