Nuestro neopresidencialismo
Nos podrían prestar la bicicleta de Miguel Induráin, que ganó cinco años seguidos el Tour de France, y no mejoraríamos nuestro tiempo. En realidad, nuestro rendimiento responde a una serie de factores que son propios a nuestra naturaleza. Algo parecido le pasa al Perú con la forma de gobierno norteamericana, imitada desde nuestra Constitución de 1828.
El presidencialismo es una construcción, fruto de la intención de alejarse del parlamentarismo inglés y tomando elementos del Protectorado de Oliver Cromwell, de la República Veneciana y, cómo no, de la República Romana. Su objetivo era producir un sistema donde los tres poderes se encontrasen claramente separados, aunque con la atribución de ejercer control político entre ellos, de manera que ninguno predomine. De allí que la Suprema Corte, intérprete máximo de la Constitución, pueda revocar medidas ejecutivas de Trump o que la Cámara de Representantes promueva una acusación constitucional para sacarlo del cargo. Así, el primer ministro inglés es más poderoso dentro del Reino Unido que el presidente norteamericano al interior de USA; mientras Boris Johnson es presidente del Partido Conservador, diputado y líder de la mayoría parlamentaria, y como tal, jefe del gobierno de Su Majestad; Trump tiene que lidiar a diario con los ‘boses’ republicanos de ambas Cámaras y gobernadores de los Estados y los jueces federales y estatales, además de los todopoderosos de la Suprema Corte.
En cambio, nuestro neopresidencialismo puede llegar a convertirse en una dictadura elegida cada cinco años. La independencia de la administración de justicia está seriamente amenazada y el escaso control político del Congreso ha sido neutralizado por el poder oculto, debilitando a los partidos que deberían haber producido políticos formados para la labor legislativa, desactivando la disciplina de los grupos parlamentarios, prohibiendo la reelección, autorizando las cuestiones de confianza ilimitadas, y ahora, presionando para eliminar la inmunidad y la inviolabilidad del Congreso; por lo que a un parlamentario incómodo se le podría crear denuncias por supuestos hechos pasados o acusarlo por lo que pueda decir, votar o investigar en uso de sus atribuciones. Todo lo opuesto al equilibrado modelo norteamericano.
A eso se suman las primarias abiertas obligatorias para liquidar la organización partidaria, al dar el poder a los ‘simpatizantes’ haciendo así inútil el esfuerzo de los militantes. El vacío en la oferta política lo suplirán los medios de comunicación, necesitados de la publicidad estatal, hasta ahora no reglamentada; en ese escenario, percibimos un poder oculto que procura un Ejecutivo desmesurado, apostando a colocar al nuevo inquilino de Palacio de Gobierno.