Nuevo Rostro del Crimen Organizado
El crimen organizado en Latinoamérica presenta transformaciones que desafian la aplicación de la ley y nuevas estructuras que impiden el control de las autoridades. Estos cambios incluyen nuevas formas de organización, diversificación de sus actividades y líderes menos visibles, evolución por factores políticos y socioeconómicos que modifican el panorama de la delincuencia haciendo más difícil garantizar la seguridad pública.
Un rasgo característico es la fragmentación de las estructuras criminales en núcleos de diferentes dimensiones y magnitudes; diferenciándose de los grandes cárteles del narcotráfico de Medellín o de Cali colombianos donde imperaba el control casi absoluto sobre la cadena de suministros. Hoy proliferan grupos de diversos tamaños con alianzas transnacionales. La desmovilización de las FARC en Colombia contribuyó a estos cambios con el vacío dejado en las regiones cocaleras, dando paso a nuevos actores para controlar la producción y tráfico de drogas.
El Informe Mundial sobre Cocaína 2023 de la ONU señala múltiples redes de tráfico en el panorama regional. Los nuevos actores incluyen mafias extracontinentales, que encentran en América el espacio propicio para expandir sus operaciones motivados por el incremento de precios por kilo de cocaína en Europa a 80 mil dólares, versus los 15 mil en el mercado norteamericano. Pero la pandemia inundó la región con drogas de baja calidad para consumo interno, multiplicando las organizaciones criminales.
Uno de los aspectos más preocupantes del crimen organizado en Latinoamérica es la diversificación de los negocios ilícitos. Si bien el tráfico de drogas sigue siendo un eje central en sus actividades, las bandas criminales extienden sus operaciones incluyendo múltiples rubros como el tráfico de personas, armas, drogas sintéticas, falsificación de medicamentos, prostitución, sicariato, minería ilegal, entre otros, aumentando no solo sus ganancias, sino también las fuentes de ingresos, reduciendo la dependencia del narcotráfico. La eficiencia en las cadenas de suministro y subcontrataciones expanden el alcance de las bandas, estableciendo nuevos mercados, incluidas las propias cárceles convertidas, además, en centros de comando.
Otra característica del nuevo crimen organizado es el anonimato con líderes “invisibles”, quienes -a diferencia de carismáticos narcotraficantes como Pablo Escobar- buscan mantener un perfil bajo para eludir la atención de la policía y los medios de comunicación. La discreción no solo les permite evitar la captura, sino también proteger sus operaciones, manteniendo una ventaja sobre las autoridades. Pero el cambio implica también una mentalidad empresarial eficiente, con líderes que buscan ser protegidos por abogados y contadores más que sicarios.
El mapa geopolítico de la delincuencia en América presenta otro cambio donde países con bajas tasas de criminalidad, como era el caso de Ecuador, experimentan incrementos alarmantes en los niveles de violencia y homicidios. La crisis migratoria, no solo venezolana, ha facilitado la expansión de bandas criminales hacia diferentes territorios. El panorama se ve agravado por la corrupción estatal que protege a estas organizaciones haciendo imposible combatir la delincuencia en medio de la impunidad.
El crimen organizado en América es el resultado de la evolución de las redes de narcotráfico, avaladas por el terrorismo, pero especialmente por narcoestados como Venezuela, Bolivia y países como Cuba, Colombia, México y otros gobiernos que respaldan a esas dictaduras que no tienen reparo en promover actividades ilícitas. El modus operandi evoluciona, pero el tipo de regímenes tras estas mafias es una constante. Solo enfrentando el autoritarismo, fortaleciendo nuestras instituciones y luchando contra la corrupción podremos evitar esta pandemia de delincuencia que amenaza la seguridad pública, donde la pobreza es una de las peores secuelas.
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