Nunca la plaza estuvo tan llena
A las 6 de la tarde, hora de Roma, en la Plaza San Pedro en el Vaticano caía la lluvia y la imagen era recibida, en el mundo entero, a través de la televisión y la Internet. En el Perú eran, las 12 del día del viernes 27, cuando salió el Papa Francisco acompañado de una sola persona.
Desde la vía de la Conciliación, se apreciaba la gigantesca plaza, las figuras de los 40 santos, el obelisco, las columnatas y -al fondo- la gran la Basílica, proyectada por Bernini, mudos y solitarios testigos de la ceremonia que, millones de católicos y no católicos, seguían consternados por los medios.
La soledad y el profundo silencio, conmovió a todo el mundo acostumbrado a ver multitudes de romanos y delegaciones de todos los continentes, en los distintos actos presididos por los distintos herederos de la cátedra de San Pedro, a lo largo de los siglos y que, en los últimos años, congregaban San Juan Pablo II, como sus recientes antecesores y sucesores.
Desde la cuarentena en sus casas, sus camas en los hospitales y sus trabajos como: médicos, enfermeras y sanitarios; dirigentes, policías y fuerzas armadas; proveedores de alimentos y medicinas; personal de limpieza y de servicio; muchas personas oían esperanzados al Papa Francisco que, sin duda, llegaba como una luz en medio de las tinieblas de una humanidad sorprendida penosamente por la pandemia del Covid-19 que, en menos de tres meses, ha arrasado con miles de personas.
“La Tempestad calmada”, es el capítulo evangélico que escogió el santo padre, para leer y reflexionar sobre el duro 2020. “Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un SILENCIO QUE ENSORDECE y un vacío desolador que paraliza todo a su paso”, dijo Francisco, y todos sabían exactamente a qué se refería, porque las vivencias son las mismas en todo el planeta.
En un mundo orgulloso y soberbio por los adelantos constantes de la tecnología y de la ciencia, la sorpresa es aún peor; porque casi no se puede concebir al Asia, Europa, Norte América y todos los países más opulentos PARADOS, como consecuencia de una incontrolable pandemia que en un día, se lleva a cerca de mil personas, como ya ha sucedido en Italia o la China.
“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.” Se refería a las agendas de la ONU y otras organizaciones internacionales; como a las de los países poderosos y las agendas de los “ricos y famosos” o a las de quienes se pasan la vida queriendo serlo, a cualquier costo.
“Con la tempestad –reflexionó- se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa pertenencia común de hermanos de la que no podemos evadirnos”. Mostrando así el camino hacia las raíces culturales que tantos pueblos en Occidente y Oriente, han abandonado: el humanismo cristiano.
Una atmósfera de dolor, pero sobre todo de ánimo y esperanza, se extendió al mundo -desde la plaza romana que parecía vacía, pero que nunca estuvo tan llena- con el mensaje y la bendición “Urbi et Orbi” del Papa.
Profesora CENTRUM PUCP