Ojo con De Soto
Evidentemente Mario Vargas Llosa es el literato más prestigioso que ha nacido en el Perú, en su calidad de escritor leído por millones de personas en todo el orbe; premio Nobel de Literatura; y hoy miembro de la Academia Francesa, la célebre institución fundada en 1635 por el cardenal Richelieu. Por su parte, Hernando de Soto es un renombrado pensador por sus obras –El Otro Sendero y El Misterio del Capital- y por las teorías que estas desarrollan. ¡Sin embargo, zapatero a tus zapatos! Ambos peruanos ilustres fracasaron estrepitosamente en su intento por convertirse en políticos. Lamentablemente las consecuencias de aquello no fueron poca cosa.
El enfermizo divisionismo que introdujo Vargas Llosa tras su derrota por Alberto Fujimori; y el encono que le guardó a Alan García por su mala primera gestión, fueron suficiente carga radioactiva para diezmar a nuestra clase política, y dar paso a la infame clase caviar. Asimismo, a un clan de cofradías mal llamadas partidos políticos, que actúan cual vientre de alquiler rematando al mejor postor la patente de su marca “partidaria”. Para ellas, no existe ideología. Salvo pocas excepciones, abren sus puertas a cualquier candidato presidencial. El caso de Hernando de Soto es más complejo. Su afán por destacar en toda actividad, pero principalmente en la política, es tan egocéntrico que se presenta como el novio de todas la bodas. Su ambición lo vuelve en celestina (aquel que facilita y/o promueve formas encubiertas de contacto con fines políticos u otro tipo). Suerte de especialista en pactar –simultáneamente- con Dios y con el diablo. Si bien Hernando de Soto tiene las ideas claras sobre lo que debiera hacer un gobierno suyo para que el Perú levante cabeza, su fórmula para hacerlo tira por la borda el propio objetivo.
EXPRESO destacó ayer las declaraciones que obtuvo en exclusiva de De Soto. Afirma, con razón, que existen temas urgentes como “contrarrestar la campaña negativa contra nuestro país”, conformando lobbies ante gobiernos de países realmente trascendentes para el Perú -como EEUU- y ante los medios de mayor prestigio. Asimismo, está claro que “el país tiene una demanda insatisfecha por recuperar el orden y la estabilidad económica.” Conociéndole, es probable que, apurado por el prurito de alcanzar la presidencia del país a cualquier costo, De Soto demandaba ayer la renuncia de la presidente Boluarte “porque ha perdido legitimidad”. Quizá por cuestiones de calendario personal De Soto prefiera no esperar a que, aún en 2026, venza el plazo constitucional del régimen transitorio Boluarte –en cuya eventualidad postularía con 85 años-, optando por insinuar un disimulado adelanto electoral.
El riesgo que aquello le generaría al Perú –a De Soto parece no importarle- es que, como toda elección, exacerbaría aún más la actual gravedad sociopolítica y económica. ¡Y una renuncia de Boluarte implicaría convocar a elecciones generales en seis/ocho meses! Como cualquier elección general, produciría inestabilidad en un momento ya convulsivo; panorama que beneficiaría a una izquierda radical ultra demagógica. Finalmente, el proceso lo organizaría el mismo sospechoso jurado electoral presidido por el impresentable, comunista Salas Arenas.
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