Oncosalud, mi cáncer nunca más en tus manos
La semana pasada recibí, tras tres años de espera y una serie sistemática de llamadas de desubicados vendedores de seguros, mi desafiliación oficial de Oncosalud. Un documento que considero casi un triunfo simbólico, que hasta me llevó al insulto telefónico con un personaje que jamás se identificó, pero prácticamente me amenazó de muerte súbita, si no renovaba el seguro oncológico con ellos.
El cuento es así. Hace unos meses, en agosto del 2019, recibí la llamada de un vendedor de Oncosalud, quien me advertía que, si no renovaba con ellos la póliza del seguro, se verían obligados a desafiliarme de su programa. Tamaña fue mi sorpresa, porque yo hacía tres años que tenía mi seguro oncológico con la competencia. Entonces, amablemente le dije que, por favor, me desafiliaran, y revisaran sus registros, porque hacía tres años que ya no les pagaba, y por tanto pensé que me habían desafiliado automáticamente.
Pero el cuento de terror recién se inició en ese momento. Entre agosto del 2019 y febrero del 2020, recibí en total más de 15 llamadas telefónicas, siempre de parte de un vendedor o un supervisor de ventas distinto de Oncosalud, y a medida que las llamadas aumentaban, incrementaban también el miedo y temor que transmitían respecto al futuro cáncer que tendría, ante el cual estaría completamente descubierto y sin protección, si no continuaba pagándoles a ellos.
Quienes me llamaron, por cierto, no tenían por qué saber (aunque debieron averiguarlo) que, por mi profesión, conocía muy bien y muy de cerca el sistema de financiamiento en salud, razón por la cual me hubiera gustado que no me hicieran sentir una cuota más de su bono de éxito por mayor venta de seguros, sino una persona por la cual se preocupaban realmente. Pero no fue así.
La última llamada fue decisiva. En todas las anteriores les había dicho que no me interesaba, y que por favor no vuelvan a llamarme. Que conversen entre ellos para no insistir con un cliente que ya habían perdido. Pero no. Tuvieron que insistir, y de mala manera. Hasta que el último incauto me ordenó enviarles una carta formal pidiendo que me desafiliaran. Entonces ardió Troya.
–¡Mira, mira! –le dije–. Merezco respeto. ¡Era inaudito! No podía soportar tanta insolencia. Lo insulté, y espero tengan grabada mi llamada aún. Fui entonces yo quien lo amenazó; –Si vuelvo a recibir una llamada más de ustedes, juro por Dios, que los denunciaré por acoso.
¿Qué pensaron? ¿Demoran tres años en darse cuenta que me fui con la competencia, que no pago la cuota hace 36 meses, y me dicen que si no pago pierdo lo que ya no tenía como derecho?
Si hoy me diera cáncer, señores de Oncosalud, sus manos serían las últimas en las cuales pondría mi esperanza de vida. Nada más alejado para un asegurado, que te traten como una cuota bancaria, fría y sin sentimiento, sin compromiso ni pasión por retenerte. ¡Adiós, Oncosalud!