Para comprender la violencia política
Los países no tienen una población culturalmente homogénea, sus regiones cargan con la historia que condiciona su integración nacional; por ejemplo, notorio es el Sur de Italia con profundas raíces castellanas y árabes. Así, el dominio del imperio quechua fue débil en el Norte del Gran Chimú, en la Cordillera Negra y el Valle del Mantaro, pero fuerte en el Sur andino; allí los españoles aseguraron su estabilidad manteniendo los títulos nobiliarios quechuas y colocando a indios y mestizos en cacicazgos, en la base de la organización política, integrándolos en la élite gobernante del virreinato. No extraña entonces que el Rey dispusiera en 1535, en plena guerra civil entre Pizarro y Almagro, la instalación de un Colegio para formar a los hijos de los caciques.
A pesar de las comprensibles tensiones como el debate por los impuestos que motivó la rebelión de Túpac Amaru, el sistema funcionó bien hasta la Independencia; no en vano La Serna se refugió en la Sierra, protegido por las comunidades y el natural deseo indígena de mantener su cuota de poder político; por ello, más peruanos lucharon por el bando realista en Ayacucho que al lado de los colombianos de Sucre. La ruptura de la estructura política no pudo ser superada por la novedad del subprefecto y el gobernador; en el Sur andino, más que en ningún otro lugar, parecen prevalecer las fuerzas centrífugas, por la inútil omnipresencia de un Estado débil e ineficiente.
Por supuesto, Cuzco no aprovecha el canon minero en educación de calidad ni en proyectos de desarrollo agrícola o energético, sus campos son cultivados con las mismas costumbres que hace cuatro siglos, sin que el gobierno regional invierta en represas y riego por goteo para obtener más de una exigua cosecha al año, antes bien, casi todos sus gobernadores están sentenciados o procesados por corrupción; algo similar ocurre en Puno y Arequipa. El desempleo, la minería ilegal, el contrabando, y la escuela pública de ínfima calidad, abonan a esa informalidad y antiestatalidad que caracteriza a todo el Sur andino, terreno fértil para generar disturbios de todo tipo. Quienes participan en las “protestas” no se indignaron con la corrupción de Castillo, ni les importa que haya intentado un desesperado golpe de Estado y que por ello haya sido bien vacado; tampoco son conscientes de ser manipulados por comunistas cuya planificación también rechazarían; muchos pobladores que secundan a los violentos activistas bolivarianos no protestan por una interpretación constitucional o el reclamo por la pobreza histórica que no combaten, ni por el presupuesto que no ejecutan; temen por los pactos de informalidad que la gente de Castillo hizo para tener base social, quieren libertad para seguir ejerciendo actividades ilícitas.